El cambio
climático
Éticas del medio ambiente.
1.
Ecoética
En la década de los 70 del pasado siglo, el pensador
noruego Arne Naess distinguió dos vías de acceso a los problemas
medioambientales: la shallow ecoloy
(ecología superficial) y la deep ecology
(ecología profunda). La primera consiste en introducir medidas que palien el
daño medioambiental pero sin abandonar la perspectiva economicista del sistema
económico capitalista basado en el paradigma antropocéntrico. La segunda
pretende cambios más drásticos en la relación del hombre con el medio ambiente
y se apoya en la idea de igualdad biológica de todas las formas de vida.
La ecoética es una disciplina que busca la aplicación de principios morales a las
acciones del ser humano con respecto a la naturaleza, para así
poder crear una relación armoniosa entre ambos. La conciencia ambiental
descansa en dos principios fundamentales: el biocentrismo y la
ecodependencia. El biocentrismo
se opone al supuesto antropocéntrico y subraya la inserción del ser humano en
el orden natural: el hombre es un animal de tantos y sus diferencias con el
resto de especies son cuantitativas, en modo alguno cualitativas. Por su parte,
la ecodependencia afirma que todo
ser viviente debe ser puesto en valor por sí mismo, con lo que se da algo así
como una dignidad natural aparejada a toda expresión de vida. La ecoética
implica una particular visión del mundo y de la relación del ser humano con la
naturaleza: el hombre no tiene el derecho de servirse a placer de los recursos
naturales como si estuvieran puestos ahí a su disposición. El dominio
planetario de la técnica artificial es una irresponsabilidad y un atropello
achacable al hombre contemporáneo.
Según
esta postura ética, el ser
humano debe ser responsable de sus acciones sobre el medio ambiente,
en el que participa como uno más de los agentes vivos sin más privilegios que
cualquier otro.
2.
El paradigma ecocéntrico y
el antropocéntrico
La relación del ser humano con la
naturaleza o medio ambiente puede, desde el punto de vista ético, situarse en
un marco eco o antropocéntrico.
a. El paradigma antropocéntrico.
Idea fundamental. El antropocentrismo es la doctrina
que en el plano de la epistemología
sitúa al ser humano como medida de todas las cosas, y en el de
la ética
defiende que los intereses de los seres humanos son aquellos que debe recibir
atención moral por encima de cualquier otra cosa.
Propuesta. La naturaleza debe estar al servicio del
ser humano. Deben evaluarse los beneficios y los costes en el proceso de
transformación del medio natural. Desarrollo sostenible.
Argumento. La naturaleza humana,
su condición y su bienestar –entendidos como distintos
y peculiares en relación a otros seres vivos– serían los únicos principios de
juicio según los que realmente deberían evaluarse los demás seres y en general
la organización del mundo en su conjunto.
Posición. Contraria al eco o
biocentrismo. Principios. Los principios del paradigma antropocéntrico pueden resumirse en:
a.
El
único sujeto moral es el ser humano.
b.
Únicamente
puede hablarse de relaciones morales entre seres humanos, pues son los únicos
capaces de derechos y deberes.
c.
Las
distintas formas de vida y el medio ambiente, en general, sólo son medios,
nunca pueden ser considerados fines en sí mismos.
d.
El
medio ambiente y sus formas de vida no tienen valor intrínseco, solo lo tienen
en relación con el que le otorga el ser humano.
b. El paradigma ecocéntrico o
biocéntrico
El biocentrismo
(del griego βιος, bios, "vida"; y κέντρον,
kentron, "centro"). Asociado en sus orígenes con la ecología profunda o ecologismo radical
·
Idea fundamental. El valor primordial de la vida. Todo ser vivo merece respeto moral. Los seres vivos tienen el mismo derecho a existir, a
desarrollarse y a expresarse con autonomía y merecen el mismo respeto al tener el
mismo valor.
·
Propuesta. La actividad humana debe causar el menor impacto posible
sobre otras especies y sobre el planeta.
·
Argumento. Funda su ideario en los conceptos de
o interacción. las relaciones entre los organismos
de una comunidad biológica dentro de un ecosistema.
En un ecosistema no existen organismos totalmente aislados de su entorno
o coevolución. fenómeno de adaptación evolutiva mutua producida entre dos o varias
especies (coevolución interespecífica)
de seres vivos como resultado de su influencia recíproca por relaciones como la
simbiosis,
el parasitismo, la competencia, la polinización,
el mimetismo
o las interacciones entre presa y depredador.
o la agricultura ecológica
·
Principios.
o
El
principio biocéntrico o de igualdad biológica de todas las especies.
o
El
principio de solidaridad antropocósmica (G. Hattois) que otorga un valor
intrínseco a todas las formas de vida. Las cuales constituyen un fin en sí
mismas y no puede ser consideradas como medios para satisfacer las necesidades
del ser humano. Sustituye el lema antropocéntrico homo mensura ómnium rerum por natura
hominum mensura.
3.
El principio de responsabilidad
de Hans Jonas
Se inscribe en el límite entre los dos paradigmas y
el propio Jonas lo expone del siguiente modo:
“Obra de tal
modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una
vida humana auténtica en la Tierra”; o expresado negativamente: “Obra de tal
modo no pongas en peligro las condiciones de la continuidad indefinida de la
humanidad en la Tierra”; o, formulado, una vez más positivamente: “Incluye en
tu elección presente, como objeto también de tu querer, la futura integridad
del hombre.”
Al principio de responsabilidad habría que sumarle
el principio de precaución que apunta a la
prevalencia de los pronósticos malos sobre los buenos e invita a no
apostar con los intereses de los otros.
4.
Tabla comparativa
|
Ética antropocéntrica
|
Ética biocéntrica
|
El hombre
|
Único ser que posee derechos. La libertad como fin último
de la actividad moral. El hombre, como criatura racional,
se consolida como un fin en sí mismo y posee valor intrínseco.
|
El hombre es un miembro más
dela comunidad biosfera con la que comparte un destino común. No hay una
relación jerárquica, sino de igualdad vital.
|
La naturaleza
|
El resto de animales, seres
naturales y sin voluntad, se definen
como medios y cuyo único valor es el
Instrumental.
|
La naturaleza tiene un valor
intrínseco independiente del uso y gestión que los seres humanos hacen de
ella. La naturaleza genera las condiciones de vida de en general y los
elementos que la constituyen participan en este proceso.
|
Propuesta ética
|
El punto de partida es la preocupación por el deterioro del
medio ambiente en función de las consecuencias que tiene para las condiciones
de vida del hombre. Así, el principal postulado de esta ética es que la
relación del hombre con la naturaleza debe estar regulada por el deber de
preservar y cuidar el entorno natural, no por su valor intrínseco, sino para
asegurar el futuro desarrollo del hombre y de la sociedad. Sólo el hombre es
considerado sujeto moral. Considera que la crisis medioambiental puede ser
resuelta mediante el uso dela tecnología, sin necesidad de cambiar el
paradigma ético y económico en el que nos encontramos. Estima que para
asegurar la protección y conservación de la naturaleza no es necesario
asignarle derechos éticos o morales, sino instituir ciertos deberes del
hombre para con la naturaleza. En definitiva, no hay una ética de la
naturaleza, sino una ética humana sobre el uso y gestión de lo natural.
|
La naturaleza es poseedora
de consideraciones morales. Incluye en el ámbito de la ética a los seres
naturales que la conforman y a los ecosistemas que la constituyen
(igualitarismo biosférico, Arne Naess). La ecoética sitúa al hombre y a la
naturaleza en una relación simétrica y de reciprocidad basada en el
reconocimiento de todos los sers que integran la biosfera y que se
desarrollan en interconexión e interdependencia. Esta propuesta desarrolla
una crítica al modelo de producción y consumo occidental. Está ligada a la
tesis de la superpoblación (G. Sartori) y postula, en sus planteamientos más
extremos, la legalización del aborto, el fomento de la vasectomía, la
inserción gratuita de dispositivos intrauterinos, la transformación de
estructuras sociales como el matrimonio (fomentar el matrimonio grupal y
poliándrico) y todos aquellos medios que permitan reducir la población
mundial.
|
5.
Crítica
a. Crítica a las doctrinas antropocéntricas:
Las teorías éticas tradicionales adolecen hoy día de diversos problemas al
haberse quedado estancadas en unas categorías éticas incapaces de responder a los
problemas ecológicos actuales y que es necesario repensar. Hans Jonas, uno de
los autores más influyentes a la hora de persuadirnos de la necesidad de
construir una nueva ética que pudiera hacer frente a los grandes problemas
planteados por el imparable desarrollo de la tecnología, resume en el Principio
de responsabilidad las carencias de una serie de premisas conectadas en la
ética y que ya no resultaban válidas. En primer lugar, la idea de que la
condición humana, resultante de la naturaleza humana y de las cosas, permanece
inmutable a través del tiempo. En segundo lugar, y en base a lo anterior, se
puede determinar claramente el bien humano. Finalmente, el alcance de la acción
humana y, por tanto, su responsabilidad está estrictamente delimitado. Jonas
insistirá en que las innovaciones tecnológicas, de consecuencias imprevisibles
y rodeadas de incertidumbre, exigen una nueva ética capaz de responder a los
grandes retos que conllevan, para lo cual propondrá un nuevo imperativo
fundamentado en el principio de responsabilidad. Antes que él, otros autores
insistirán en esa misma idea de una nueva ética. Ya no se trata de establecer
una deontología que regule las relaciones entre los hombres, sino que
necesitamos un nuevo marco que tenga en cuenta las condiciones globales de
vida, el espacio biótico y su conservación e, incluso, nuestra propia
supervivencia en el presente y de cara a las generaciones futuras generaciones.
b.
Crítica a las doctrinas
biocéntricas:
Esta visión basada en el valor intrínseco de toda
ser vivo conlleva un desprecio por la dignidad de la persona humana al
igualarla con el resto de los seres vivos. Llevada a su extremo, esta ecolatría
podría conducir incluso a favorecer la desaparición del ser humano.
Anexo 1.
La ética y
el medio ambiente. José Antonio González Oreja.
http://www.revistaciencias.unam.mx/es/44-revistas/revista-ciencias-91/236-la-etica-y-el-medio-ambiente.html
De un modo
general, llamamos ética a la rama de la filosofía que se ocupa de la moral
—es decir, de las reglas, códigos o normas que nos permiten vivir en
sociedad y que hacen que juzguemos unas cosas como buenas y otras como
malas—, así como de los valores —o sea, de la importancia última que
asignamos a las cosas o a las acciones, importancia que se convierte en el
atributo que condiciona el curso de nuestro comportamiento, y por la cual
algunas cosas se hacen deseables y otras no. Así pues, la ética no se ocupa
de cómo son las cosas, sino de cómo deberían ser, de acuerdo con ciertos
principios, en muchos casos ideales o utópicos, que permiten una mejor vida
en sociedad.
Por su parte, podemos entender por ética del medio ambiente a la rama de la ética que analiza las relaciones que se establecen entre nosotros y el mundo natural que nos rodea. De hecho, entre los productos culturales más importantes de la evolución humana están determinadas preocupaciones éticas, incluyendo la preocupación por el medio ambiente en general y los seres vivos en particular. Algunos ejemplos ayudarán a concretar la idea. En los momentos álgidos de la caza ilegal del rinoceronte blanco, especie en peligro de extinción y oficialmente protegida en Zimbabwe, los cazadores furtivos podían ser legalmente abatidos a tiros por los guardas de caza de las reservas de ese país. ¿Podemos justificar la muerte de los furtivos para conservar a los rinocerontes?, ¿no deberíamos antes, quizás, considerar siquiera las condiciones socioeconómicas del país y de los cazadores ilegales? Para proteger la integridad ecológica de cierta área natural protegida es necesario realizar incendios controlados en los bordes de sus bosques o abatir a un cierto número de animales salvajes que habitan en sus laderas. ¿Son estas acciones moralmente permisibles? Supongamos, en fin, que una compañía minera realiza una explotación a cielo abierto en una zona previamente inalterada. ¿Tiene la empresa una obligación moral para “restaurar” posteriormente la zona a su estado previo?, ¿tienen entonces el mismo valor la zona inalterada y la zona restaurada?
De un modo más
general, interesan a la ética del medio ambiente problemas más amplios, como
los siguientes: ¿tenemos algún derecho “especial” sobre el resto de la
naturaleza?, ¿nos obliga nuestra “posición como seres humanos” a realizar
alguna consideración determinada para con otros seres vivos?, ¿hay alguna
“obligación ética” o ley moral que debamos seguir en el uso que podemos hacer
de los recursos naturales? En tal caso, ¿por qué es así?, ¿en qué se basan tales
limitaciones?, ¿en qué se diferencian de los principios morales que rigen
nuestras relaciones con otros miembros de nuestra misma especie? A la ética
del medio ambiente le incumben también las mismas grandes preguntas que a la
ética en general. Por ejemplo: ¿son válidos aún los paradigmas éticos
tradicionales para responder a los problemas ambientales derivados de las
actividades de las sociedades humanas? Más aún: ¿hay principios o leyes
morales de carácter general, es decir, de aplicación universal,
independiente del contexto, que deban seguirse a la hora de valorar las
consecuencias de nuestros actos sobre la naturaleza? Los universalistas
responderían de modo afirmativo, mientras que los relativistas defenderían
que los principios morales son siempre personales e intransferibles, y los
utilitaristas considerarían la bondad de los actos en función de sus
consecuencias —en concreto, de la cantidad de bien producido, es decir, de
su contribución a la “felicidad” de quienes reciben dicho bien. Ahora
bien, no es difícil darse cuenta de que el criterio utilitarista, sin más,
acarrea sus peligros, pues no siempre debe considerarse justo, ético o
bueno, aquello que produce la felicidad a gran cantidad de gente. Por
ejemplo, prácticas que provocan grandes mortandades entre los animales, como
la caza ilegal de los elefantes por el marfil de sus colmillos, podrían
llegar a ser consideradas éticamente como buenas, ya que generan satisfacción
a los humanos. Por ello, no resulta claro hasta qué punto la ética del medio
ambiente puede ser una ética utilitarista. Por contra, las teorías de la
ética deontológica mantienen que las acciones deben juzgarse como buenas o
malas independientemente de sus consecuencias. Así, se establecen códigos de
normas o principios basados tan sólo en el deber, que podemos considerar como
imperativos categóricos, cuya observancia o violación es lo que está
intrínsecamente bien o mal.
Acerca de la
naturaleza y lo natural
¿Qué cabe entender por naturaleza?, ¿qué es lo natural? Lo cierto es que podría no haber un significado único para estos términos, con lo que la respuesta a nuestra pregunta sobre la existencia de normas universales que permitan valorar las consecuencias de nuestros actos sobre la naturaleza estaría en función de lo que entendemos por ésta.
La noción de
natural, como opuesto a lo artificial, ha generado un amplio debate sobre la
importancia de la naturaleza que ha sido interferida por las actividades de
las sociedades humanas, como es el caso de los paisajes restaurados. Hay
quienes consideran que las situaciones totalmente naturales, producto de
una evolución a largo plazo, acarrean un “valor añadido” que estaría ausente
en las que han sufrido la intervención humana. Tales formas de pensar corren el
riesgo de menospreciar el valor de nuestra propia vida y de sus productos,
como la cultura. Por ejemplo, si consideramos que las especies tienen un
valor propio, entonces su desaparición ha de ser vista como negativa,
mientras que su conservación debe valorarse como positiva. Ahora bien, lo
cierto es que la extinción es el destino final de las especies, y es de hecho
un proceso natural, en el sentido de que ocurre también sin la intervención
humana. De este razonamiento se puede deducir que lo que puede ser calificado
como negativo es la aceleración en el proceso de desaparición de las
especies, debida a las actividades humanas. Lo cual, a su vez, nos conduce
a otra reflexión: si nosotros, nuestra especie, somos parte de la naturaleza,
entonces cualquier cosa que nosotros hagamos es así mismo natural. Por
ello, si formamos parte de la naturaleza, y como resultado de las
actividades de las sociedades humanas está aumentando la tasa de extinción de
las especies, ¿cómo podemos decir que la extinción no es un fenómeno natural?
Por otro lado, se
tiende a creer generalmente que las sociedades nómadas de
cazadores-recolectores, y otras formas de subsistencia en íntimo contacto
con la naturaleza, eran depositarias de un profundo conocimiento y una amplia
veneración de la misma, por lo que han sido consideradas como
conservacionistas de la naturaleza. En paralelo, se suele considerar a las
sociedades sedentarias, en las que se registraron fenómenos de urbanización y
explotación de los recursos naturales, como sistemas alejados de la
naturaleza, sin contacto ni apreciación con la misma. Ahora bien, esta
visión de las civilizaciones pretecnológicas como “naturales”, y las
sociedades tecnológicas como “artificiales”, ha sido puesta en duda
recientemente. Actualmente, se cree que los aborígenes podrían haberse
comportado, también, como explotadores de la naturaleza. Así pues, ¿es
natural la explotación de la naturaleza?
Extensión moral
Para muchos filósofos y pensadores, sólo nosotros, los seres humanos, podemos ser considerados como agentes morales, es decir, con capacidad de realizar juicios sobre la bondad de nuestros actos, y de aceptar las consecuencias derivadas de los mismos. Ahora bien, no cabe esperar esta facultad en todo momento, ni siquiera en todos nosotros; por ejemplo: los niños, o los enfermos mentales no deberían ser considerados responsables de sus actos. Se dice de ellos que son sujetos morales, pues deben ser tratados de un modo moral por quienes tienen tal posibilidad. Además, a lo largo de la historia ha habido etapas o sociedades que no han aplicado el mismo tratamiento moral a todos sus integrantes, en concreto: los marginados, los enfermos, los siervos, los esclavos, las mujeres… En la actualidad, al menos en las sociedades más avanzadas, hemos llegado a pensar que todos los seres humanos tenemos un conjunto de derechos inalienables, como la vida, la libertad o la búsqueda de la felicidad. A esta ampliación gradual del interés ético se le llama extensión moral.
Sin embargo, ¿por
qué acotar la extensión moral?, ¿por qué limitar el interés de la moralidad
a los seres humanos? Es decir, ¿tienen derechos también otros organismos,
otras especies?, ¿pueden ser considerados como agentes morales, o al menos
sujetos morales? Quizás muchos filósofos responderían negativamente a esta
pregunta, pues el potencial de razonamiento y la consciencia de sí mismo
parecen estar ausentes de cualquier otra especie que no sea la nuestra. Ahora
bien, al menos algunos animales sí parecen tener signos de lo que podríamos
considerar inteligencia, e incluso sentimientos de felicidad, por lo que
deberían ser tratados de un modo ético.
Empero, ¿por qué
terminar el proceso de extensión moral en los animales? Es decir, ¿qué
ocurre con otros seres vivos y con otros elementos de la naturaleza? En concreto,
¿es posible ampliar definitivamente la extensión moral e incluir también
entre los sujetos morales a las plantas, los ríos, los suelos, las rocas, las
montañas, los mares y los paisajes? Hay quien opina que sí, llevado de la
mano del análisis de los valores, de la importancia que asignamos a las
cosas.
Valores
En la literatura
sobre ética del medio ambiente se pueden reconocer diferentes maneras de
pensar en términos de valores. Así, es habitual encontrar la distinción entre:
a) valor intrínseco, o inherente, propio de lo que es bueno en sí mismo (per
se), y b) valor instrumental, o conferido, propio de lo que es importante
como medio para conseguir un fin —como una herramienta, por simple o compleja
que sea. En muchas sociedades modernas es sensato asumir que todos los seres
humanos tienen un valor intrínseco por el simple hecho de existir,
independientemente de poder servir como un medio para lograr un fin. Por
ello, deben ser considerados como sujetos morales de prima facie, sin
considerar cualquier otra circunstancia, quiénes sean, o lo que hagan.
Simultáneamente, en muchas sociedades actuales, la naturaleza es vista como
depositaria de un valor instrumental.
Ahora bien, el punto de vista de quienes consideran que sólo los seres humanos tienen valor intrínseco, pues están dotados de una superioridad moral única, debe ser tildado como antropocéntrico. De hecho, la ética del medio ambiente antropocéntrica es una continuación de los modelos convencionales de la ética tradicional, y reserva el mundo moral, en exclusiva, para nuestra especie, si bien es capaz de extender sus responsabilidades a una correcta administración de la naturaleza. Por otro lado, es cierto que algunos animales, plantas, incluso ciertos microbios, tienen un valor instrumental, pues nos ofrecen un beneficio (utilidad). Generalmente, quienes defienden posturas antropocéntricas no consideran válidos los argumentos de quienes sufren por el maltrato a los animales, o a la naturaleza en general, a no ser que dicho maltrato acarrée consecuencias negativas para el hombre. Pero hay quien considera que todos los seres vivos tienen también un valor intrínseco. Al igual que nosotros, realizan un conjunto de funciones compartidas, que dan forma al propio fenómeno de la vida: nacer, crecer, respirar, luchar por sobrevivir, reproducirse… y todo ello independientemente de que nos resulten útiles o no. Así, cada ser vivo, sea un microbio, una planta o un animal, podría ser considerado como una manifestación concreta del fenómeno vital. De acuerdo con esta perspectiva, el simple hecho de estar vivo, la característica de la biodiversidad como un todo, es suficiente para que estén dotados de un valor inherente, lo que genera una obligación moral de respeto. Por ello, no tiene sentido intentar siquiera cuantificar dicho valor, es decir, asignar un número que dé cuenta de su importancia. ¿Cómo podemos nosotros, seres humanos, poner un número, un valor, o un precio, a algo que tiene su propia importancia, independientemente del uso que nosotros podamos hacer de ello? La idea de que sólo los organismos individuales tienen valor propio y derechos morales es defendida, por ejemplo, por los partidarios del así llamado “movimiento de liberación animal” o de los derechos de los animales. Sin embargo, lo cierto es que los objetivos de los defensores de los derechos de los animales pueden entrar en conflicto con la consecución de otras metas para los defensores de la naturaleza desde una óptica más amplia, como se presenta en otra parte de este texto. Es más, hay quien considera que incluso los elementos no vivos de la naturaleza tienen también un valor intrínseco: las rocas, los ríos, los volcanes, las playas, los lagos… y ciertamente la propia Tierra. Todo ello existía mucho antes de que nosotros, como especie, llegásemos a desarrollar siquiera el más mínimo papel ecológico en el teatro evolutivo que es nuestro planeta. Imágenes del mundo y perspectivas éticas El conjunto de ideas, creencias, imágenes y valores que cada uno de nosotros tiene sobre el papel del ser humano en este planeta puede entenderse como su imagen del mundo. ¿Cómo pensamos cada uno de nosotros que funciona el mundo?, ¿qué pensamos sobre nuestro papel?, ¿qué es para nosotros un comportamiento medioambientalmente correcto desde un punto de vista ético? Al igual que nuestra personalidad, nuestra concepción de las cosas se ha ido formando a lo largo del tiempo, incorporando de modo consciente o inconsciente numerosos elementos de nuestra educación, de nuestra cultura, en resumen, de todas las influencias que emanan del ambiente que nos rodea. A lo largo de la historia, en las diferentes sociedades, se han presentado distintas maneras de comprender las relaciones de nuestra especie con el resto de la naturaleza.
La mayoría se
puede clasificar en dos grupos excluyentes: las concepciones atomistas,
centradas principalmente en las partes —elementos constituyentes, individuos
que forman un todo de rango superior—, frente a las imágenes más
integradoras, holistas —centradas en la Tierra como un sistema integrado
total. Por su parte, los puntos de vista atomistas pueden considerar a
nuestra especie como el foco de su atención, o ampliar el rango de análisis a
la vida como un todo. Las aproximaciones integradoras, por su parte, pueden
aplicarse a los sistemas ecológicos, a las formas de vida con las que
compartimos el planeta, o a los procesos y sistemas de soporte vital de la Tierra.
Veamos con un poco más detalle algunas de estas imágenes del mundo.
Dominio de la
naturaleza
El antropocentrismo tiene sus orígenes en la afirmación clásica de que el hombre es la medida de todas las cosas; en consecuencia, sólo los asuntos concernientes al hombre poseerían dimensión moral, mientras que las consecuencias del comportamiento humano sobre terceras entidades —es decir, no humanas— serían irrelevantes, a no ser que indirectamente resultaran lesionados los derechos o intereses de otros seres humanos. La mecanización posterior de esta imagen del mundo llevó a delinear la idea según la cual el hombre y la naturaleza son entidades contrapuestas, siendo aquel el dueño y señor de ésta. O, lo que es lo mismo, bajo la imagen del dominio de la naturaleza por parte del hombre, la naturaleza es sólo un objeto desnudo, sin sustancia ni potencia alguna, lo que explica que carezca de valores intrínsecos y de derechos. Muchas civilizaciones han defendido una imagen del mundo según la cual nuestra especie merece, y de hecho tiene, un lugar “especial” entre los demás seres vivos. La capacidad de modificar de modo consciente el mundo a nuestro antojo, y el sentimiento de superioridad ligado a esta idea han servido para justificar el dominio de la naturaleza por parte del hombre. Las raíces de esta imagen del mundo, según la cual nosotros seríamos los amos, dueños y señores de todo lo demás, se pueden encontrar, al menos en parte, en determinadas creencias religiosas. Así, por ejemplo, se ha señalado repetidas veces que la corriente principal de la religión judeo-cristiana da cuenta de la preeminencia del hombre frente a los demás seres de la Creación, y promueve la sobreexplotación de la naturaleza en detrimento de todas las demás formas de vida: “Y los bendijo Dios, y les dijo: creced y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28). Esta visión de nuestra especie como cúspide de la Creación, junto a la idea de dominio que acarrea, es una visión claramente antropocéntrica. Sin embargo, también es cierto que desde muchas religiones, incluso desde ciertas corrientes de la misma religión judeo-cristiana, se busca lograr una relación de cuidado de la naturaleza, de pasión por ella, que en muchos casos desemboca en el pleno amor, como en los textos de San Francisco de Asís. Desde este punto de vista, cualquier crimen cometido en contra de la naturaleza es considerado como pecado. Administración y gestión de la naturaleza En general, las culturas pretecnológicas —con modos de vida basados en la caza y la recolección, actividades desarrolladas en un íntimo contacto con la naturaleza—, así como muchas sociedades tradicionales —que en muchos casos continúan viviendo de prácticas agrosilvopastoriles de subsistencia, mantenidas a lo largo del tiempo— han conservado un fuerte vínculo de unión con la naturaleza. En muchos de tales casos, el papel del hombre está bien descrito por una función de administración, responsabilidad y cuidado de los bienes de un determinado lugar. Como guardianes de tales recursos, los seres humanos de estas culturas y sociedades trabajan la tierra de la que viven, desde una posición de humildad y reverencia que forma parte integral de esta concepción de las cosas.
Una imagen hasta
cierto punto relacionada con lo anterior es la que se presenta de modo casi
generalizado en las sociedades industriales y de consumo actuales. Así, son
muchos quienes consideran que nuestro papel en la naturaleza es realizar una
gestión, preferentemente racional, de los recursos naturales necesarios para
satisfacer las numerosas demandas de las actividades de tales sociedades.
Esta visión surge de diversas creencias fuertemente arraigadas en la forma
de pensar de quienes la defienden, entre las cuales podemos considerar las
siguientes: 1) Somos la especie “más importante” del planeta, y por lo tanto
estamos a cargo del resto de la naturaleza; esta idea se observa claramente
cuando hablamos de “nuestro” planeta, o cuando queremos “salvar” la Tierra.
Ahora bien, ¿es éste un uso legítimo de la palabra nuestro?, ¿podemos acaso
erigirnos en salvadores del planeta?, ¿quién nos ha conferido tal título? 2)
Siempre hay más, es decir, la Tierra nos ofrece una cantidad ilimitada de
recursos naturales, y el ingenio humano puesto al servicio de la tecnología
nos permite incluso descubrir nuevos recursos, nuevos usos para recursos ya
conocidos, así como sustitutos para recursos que puedan estar agotándose. Sin
embargo, ¿hasta cuándo podremos seguir haciendo un uso irracional de los
recursos naturales?
Ética de la
Tierra y otras visiones biocéntricas
Para muchos de quienes se preocupan por nuestro papel en la naturaleza, tanto la visión de dominio como la de administración resultan ciertamente antropocéntricas, por lo que, en su lugar, favorecen una concepción más amplia de la ética del medio ambiente, centrada en el fenómeno de la vida. Esta aproximación biocéntrica reconoce la existencia de un orden en la estructura y el funcionamiento de la naturaleza, previo a la voluntad humana individual o colectiva. En este sentido, la existencia humana se sitúa en igualdad de importancia con la de otros seres vivos, tal y como lo defendieron John Muir o Aldo Leopold. En concreto, la obra de Leopold aboga por la adopción de lo que él denominó “una ética de la Tierra”. Cuando Leopold acuñó la idea de la ética de la Tierra, consideró que la ética implicaba una limitación a la libertad de acción en la lucha por la existencia, implicando la presencia de diferencias entre los comportamientos sociales y los antisociales. La Tierra es una comunidad en el más básico sentido de la ecología, pero esa Tierra debe ser amada y respetada como una extensión de la ética. Para Leopold, una cosa es buena si tiende a preservar la integridad, la estabilidad y la belleza de las comunidades biológicas, y mala si actúa en sentido contrario. Según esta norma claramente deontológica, la Tierra como un todo tiene valor intrínseco, mientras que sus miembros individuales tienen valor meramente instrumental (en tanto contribuyan a la integridad, estabilidad y belleza de las comunidades). Una consecuencia directa de la ética de la Tierra de Leopold es que un elemento individual de una comunidad biótica superior debería poder ser sacrificado siempre y cuando fuera necesario para preservar el bien de la entidad superior. Para muchos de quienes así piensan, la biodiversidad alberga el mayor valor ético en la naturaleza: la variabilidad con la que la vida se manifiesta en el planeta Tierra. La posición biocéntrica recibió un importante apoyo gracias a la así llamada “hipótesis Gaia”, de James Lovelock, que recupera la idea de la Madre Tierra, considerando al planeta como un sujeto vivo, consciente y con capacidad de sentir. La elaboración de las ideas biocéntricas y su ampliación posterior al movimiento de la Deep Ecology (literalmente, ecología profunda), defendido por Arme Naess, llevaron a desarrollar una ética del medio ambiente que incorpora el respeto a la vida como base de sus ideas. Esta imagen del mundo admite la influencia de religiones distintas a la judeo-cristiana, que permiten entender al hombre como “vida que quiere vivir en medio de vida que quiere vivir”. En consecuencia, todo ser vivo, por el mero hecho de estar vivo, es portador de un valor intrínseco: la vida es un valor universal, absoluto, y no admite rangos, ni comparaciones, ni clases o estratos de importancia. Todo lo vivo, por lo tanto, merece el máximo respeto, y la actitud más correcta ante la vida es la veneración, porque lo vivo es, en efecto, igual a lo sagrado. Así pues, la ética de la Tierra no es una concepción antropocéntrica, sino que debe alinearse, junto con otros puntos de vista, a una ética del medio ambiente ciertamente biocéntrica, en donde la importancia reside en el sistema global integrado por la suma de las partes que lo forman, más la interacción resultante de las relaciones que entre ellas se establecen. Aun así, las posiciones biocéntricas no están exentas de crítica, y algunos autores han señalado que la ética del medio ambiente debería centrarse en las especies completas, o las comunidades, o los ecosistemas y no sobre los organismos individuales que los componen. Por ejemplo, las especies han de ser contempladas como intrínsecamente más valiosas que los individuos que las integran, pues la pérdida de una especie acarrea la desaparición de todo un acervo génico con amplias posibilidades. La diferencia resulta clara al analizar el siguiente supuesto: consideremos un caso en el que una agencia gubernamental relacionada con la conservación de la naturaleza propone controlar —de hecho, reducir mediante caza selectiva— las poblaciones de una determinada especie animal en un área natural protegida designada como tal; admitamos además que hay razones biológicas que llevan a pensar que tal control forma parte de la gestión adecuada de los recursos de dicha área, y que es necesaria para conservar las poblaciones de otras especies y comunidades de la reserva. Si nuestro enfoque se centrase exclusivamente en los organismos individuales, entonces podríamos pensar que es ético evitar el sufrimiento de los animales, de todos y cada uno de ellos. Por ende, la gestión propuesta no sería ética, pues implicaría eliminar activamente —matar— un determinado número de animales —cuota de captura—, incluso aunque nuestro control resultase beneficioso para la conservación de otros recursos y valores del área como un todo.
En una diferente
posición holista está la visión del mundo de quienes consideran que lo
verdaderamente importante no son las poblaciones, las comunidades de organismos,
ni siquiera las especies. Al fin y al cabo, los propios individuos nacen,
crecen, se desarrollan, se reproducen y finalmente mueren. Lo mismo es válido
para cualquier sistema ecológico de rango superior; incluso las especies tienen
un origen en la historia de la vida en la Tierra y un final: su extinción.
De acuerdo con este punto de vista, que podemos denominar ecocéntrico, lo
verdaderamente importante son los procesos desarrollados por los sistemas
ecológicos, de los que depende la continuidad de la vida: los ciclos
biogeoquímicos, la tasa de renovación de los recursos naturales, la
formación del suelo, la captación de dióxido de carbono atmosférico, la
producción y liberación de oxígeno mediante la fotosíntesis, la regulación
del clima a distintas escalas, la evolución de las formas vivas a lo largo
del tiempo…
El papel de la
ciencia y la biología
Asistimos actualmente a un momento sin precedentes en la magnitud y variedad de los problemas medioambientales derivados de las actividades de las sociedades humanas, en el que la conservación de la naturaleza en general, y de los recursos naturales en particular, se ha convertido en uno de los principales problemas éticos. Afortunadamente, esta preocupación por incluir a otros seres vivos y a la naturaleza en general entre los intereses de la ética está expandiéndose y acelerándose en numerosas culturas humanas. Es más, el mundo está cambiando actualmente a tal velocidad que no podemos esperar que las ideas de ayer sean válidas en los escenarios de mañana. Por ello, es necesario desarrollar un amplio marco de referencia que propicie la aparición y la difusión posterior de nuevas ideas culturales, éticas, así como de una ética del medio ambiente, válidas para los problemas que se nos presenten de aquí en adelante. Lo cierto es que la ética del medio ambiente mantiene prósperas relaciones con las ciencias del medio ambiente, influyéndose mutuamente en un flujo dinámico, en dos direcciones, tanto de lo que es —la ciencia— a lo que debería ser —la ética—, como al revés. La ciencia construye teorías que incorporan valores éticos propios del contexto cultural de cada caso, mientras que la ética del medio ambiente valora la naturaleza en función de los conocimientos científicos disponibles. Estamos aún muy lejos de comprender los mecanismos que gobiernan las relaciones entre el conocimiento objetivo y la moralidad subjetiva, entre los modos de descubrir la naturaleza y las formas de habitar en ella, y de favorecer los cambios de actitud y de comportamiento derivados de los principios éticos que contribuyan a su generalización.
Aun así, estamos
cada vez más cerca de acelerar los cambios necesarios en la ética del medio
ambiente que ayuden a conservar y gestionar la naturaleza de un modo
adecuado. Para ello, hay que luchar abiertamente contra la desinformación de
la población como un todo, pues no es raro que quienes presumen de haber
recibido una educación “de calidad” carezcan por completo de la más mínima
formación sobre ética del medio ambiente. Sólo haciendo todo lo posible para
promover la discusión y el debate de problemas y enfoques éticos en el seno
de la sociedad en que vivimos, en todos los niveles concebibles, será posible
vivir de un mejor modo para con la naturaleza.
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Referencias
bibliográficas
Brennan, A. y Y-S Lo. 2002. “Environmental Ethics”, en The Stanford Encyclopedia of Philosophy. Edición verano de 2002. Edward N. Zalta: http://plato.stanford.edu/archives/sum2002/entries/ethics-environmental/ Cunningham, W. P. y B. W. Saigo. 2001. Environmental Science. A Global Concern. Sexta edición. McGraw-Hill, Boston. Delibes M. 2001. Vida. La naturaleza en peligro. Temas de hoy, Madrid. Ehrlich, P. R. 2002. “Human natures, nature conservation, and environmental ethics”, en BioScience, vol. 52, núm. 1, p. 3143. ______ . 2003. “Bioethics: Are our priorities right?, en BioScience, vol. 53, núm. 12, pp. 1207-1216. Holland, A. y K. Rawles. 1996. The Ethics of Conservation. Thingmount working paper No. twp 96-01, Lancaster: ieppp, Lancaster University. Martínez de Anguita, P., M. A. Martín y M. Acosta. 2003. Los desafíos de la ética medioambiental. V Congreso de Católicos y Vida Pública “¿Qué cultura?” Fundación Universitaria San Pablo-ceu. MS Inédito, Madrid. Miller, G. T. 2003. Environmental Science. Working with the Earth. Novena edición. Brooks/Cole. Thomson, Pacific Grove. Rozzi, R. 1999. “The reciprocal links between evolutionary-ecological sciences and environmental ethics”, en BioScience, vol. 49, núm. 11, pp. 911-921. Sagan C. 1998. Miles de millones. Pensamientos de vida y muerte en la antesala del milenio. Ediciones B., Barcelona. |
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José Antonio González Oreja
Departamento de Química y Biología,
Universidad de las Américas,
Puebla.
Es licenciado en Biología de
Ecosistemas por la Universidad del País Vasco y doctor en Ciencias Biológicas
por la misma. Desde 2001 se desempeña como profesor investigador en el
Departamento de Química y Biología de la Universidad de las Américas, Puebla,
donde imparte la materia ambiente y sociedad, entre otras.
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como citar este artículo →
González Ojeda, José Antonio. 2008. La
ética y el medio ambiente. Ciencias núm. 91, julio-septiembre, pp.
4-15. [En línea].
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Anexo 2.
Argumentos en contra del cambio climático (Y respuestas)
- El cambio climático se frenó en 1998
Un informe publicado por el Hadley Center británico en 2008 mostraba que, según los datos, el planeta solo se
había calentado unos 0,2 grados al año de 1998 a 2008, lo cual fue interpretado
por algunos analistas, y ampliamente publicitado, como que el calentamiento
global prácticamente se había detenido. Sin embargo, esa era una forma de
interpretar los datos bastante ingenua. La realidad es que en los datos del
propio Hadley Center se podía ver que los ocho años más cálidos del siglo y
medio anterior eran, por orden, 1998, 2005, 2003, 2002, 2004, 2006 y
2007.
¿Siguen siendo esos? No, ya no. El siglo XXI acumula un buen número de años
cálidos de récord: 2014 es el año más caliente desde que se empezaron a tomar
medidas en 1850, y todos los científicos coinciden en que 2015 le quitará el
puesto en cuanto termine.
2. El calentamiento global se puede explicar por los cambios en la actividad
solar
Es cierto que los ciclos solares, que duran unos 11 años, afectan a las
temperaturas y el clima de la Tierra. Sin embargo, si ese fuese el principal
motivo, el calentamiento se apreciaría de forma homogénea en todas las capas de
la atmósfera, y no de forma mucho más evidente en las capas bajas en contacto
con la corteza terrestre, a la vez que se enfría la estratosfera. "Esto
demuestra la influencia de los gases con efecto invernadero", explica Jean
Joucel, miembro del IPCC.
3. Los modelos de predicción del cambio climático no son lo suficientemente
precisos
Los propios científicos reconocen que, como modelos de predicción que son,
las previsiones sobre el calentamiento global para las próximas décadas de aquí
al final del siglo XXI tienen cierto grado de incertidumbre. Sin embargo, se
han ido mejorando con cada dato confirmado, y se han probado modelando
fenómenos climatológicos del pasado, de forma que se han demostrado muy
adecuados para predecir también los que vendrán en el futuro, si bien no pueden
contemplar fenómenos imprevistos como por ejemplo las erupciones volcánicas.
4. Los miembros del IPCC tienen un conflicto de intereses
Se alega a menudo que los científicos que participan en el IPCC están
pagados por los gobiernos, lo cual implica que pueden responder a intereses más
allá de la veracidad de la información y de las predicciones que manejan.
El sistema trata de evitar la excesiva influencia de una sola persona,
promover el intercambio de ideas y la inclusión del mayor número de puntos de
vista posible
Lo cierto es que el IPCC tiene una pequeña plantilla, unos 30 miembros, y
que el resto de los más de 800 científicos participantes lo hacen de forma
voluntaria. Cada uno de ellos dedica entre 4 y 5 meses de trabajo a la
realización de cada informe, además de su trabajo habitual. Los investigadores
provienen de países de todo el mundo y son sustituidos de un informe para el
siguiente (del cuarto informe al quinto cambiaron alrededor del 69% de los
participantes).
Claro que defender la independencia e integridad de todos los científicos
es imposible, pero el sistema está diseñado para evitar la excesiva influencia
de una sola persona, lograr el mayor consenso posible y promover el intercambio
de ideas y la inclusión del mayor número de puntos de vista posible.
5. No existe consenso científico entorno al cambio climático y su origen
antropocéntrico
Esto no es verdad. El 97,1% de los estudios científicos publicados en las últimas dos décadas sobre el cambio climático y que
analizan sus causas, apuntan al ser humano como el principal culpable.
6. El calentamiento global es un fenómeno natural
La actividad solar, las erupciones volcánicas y las corrientes marinas son
fenómenos que pueden afectar al clima global, y que de hecho lo han hecho en el
pasado. Sin embargo, esta es la primera vez en la historia en que la actividad
humana es un factor central en este cambio. Entre otras conclusiones, el último informe del IPCC constataba que "desde la década de
1950 muchos de los cambios observados no han tenido precedentes en los últimos
decenios a milenios. La atmósfera y el océano se han calentado, los volúmenes
de nieve y hielo han disminuido, el nivel del mar se ha elevado y las
concentraciones de gases de efecto invernadero han aumentado".
7. El cambio climático también tiene aspectos positivos
Este argumento mezcla el humor con la resignación, pero ojo, porque alterar
la temperatura a nivel global puede tener consecuencias desastrosas e
imprevisibles: veranos más calurosos e inviernos templados pueden alterar la
agricultura y los ecosistemas, haciendo desaparecer determinadas especies,
alterando su equilibrio, causando escasez de algunos alimentos e incluso el
aumento de algunas enfermedades.
Anexo 3.
10 falsos mitos sobre el
Cambio Climático
El problema del Cambio Climático conlleva ciertas malinterpretaciones que
es importante aclarar, aquí exponemos algunos de los mitos más frecuentes sobre
el Cambio Climático:
1.- "El agujero de la capa de ozono es la causa del cambio
climático". A pesar de que
ambos problemas están relacionados con la atmósfera, el cambio climático no lo
provoca el agujero de la capa de ozono. La causa del cambio climático es el
efecto invernadero provocado por la quema de combustibles fósiles (carbón,
petróleo, gas) en las actividades humanas (energía eléctrica, calefacción, aire
acondicionado, transporte, fabricación de envases, etc.)
2.- "El cambio climático no existe". Un grupo coordinado de 2000 científicos de todo el
mundo (llamado Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, IPCC en inglés)
lleva investigando más de 25 años, y afirma que el cambio climático es un hecho
y que debemos tomar medidas para pararlo. Las personas que niegan la existencia
del cambio climático, o bien no tienen los conocimientos necesarios, o bien
tienen intereses para negar su existencia.
3.- "No podemos frenar el cambio climático". El cambio climático es un problema ambiental global,
el más importante al que se enfrenta la humanidad. Pero que sea un problema tan
grande no significa que no se pueda hacer nada. De hecho, nosotros en nuestra
vida diaria tenemos la oportunidad de evitar la emisión de toneladas de CO2 y
así contribuir a solucionar el problema. Para ello es imprescindible cambiar
nuestros hábitos, tal y como se recomienda en esta web.
Ciertamente, no podemos equiparar el escape de un automóvil privado a las
chimeneas de una gran central térmica. Sin embargo si tú reduces el consumo
eléctrico en tu lugar de trabajo, regulas el termostato de tu calefacción,
utilizas bombillas de bajo consumo, eliges productos con pocos envases en la
compra y reciclas los residuos que generas en casa, evitarás que esa central
térmica tenga que funcionar más horas. Y sobre todo, la gente de tu entorno
verá que es fácil evitar el cambio climático.
4.- "Frenar el cambio climático supondría empeorar nuestra calidad de
vida". Nuestra calidad de
vida se está viendo ya afectada por los efectos de cambio climático. No sólo el
medio ambiente corre peligro sino también las actividades económicas de las que
dependemos como la agricultura, la ganadería, el turismo, etc.
5.- "El Cambio Climático es algo que sólo afectará en el futuro". Los cambios necesarios para frenar el cambio
climático se pueden planificar con antelación, mientras que las consecuencias
del cambio climático llegan sin avisar y violentamente, como los huracanes, la
sequía, etc. Por tanto, es muy importante entrar en acción ya.
6.- "La energía nuclear es la solución al cambio climático". Aunque la energía nuclear no produce CO2 en sus
procesos, el riesgo de accidentes y la inexistencia de un sistema para
gestionar los residuos nucleares, hacen que no sea una alternativa. Además, el
combustible nuclear también terminará por acabarse (al igual que el petróleo) y
es necesario mucho tiempo y dinero (10-12 años) para construir una central
nuclear. Potenciar la energía nuclear también facilita su uso militar, como la
creación de bombas atómicas.
7.- “El efecto invernadero es un problema ambiental.” El efecto invernadero no es un problema ambiental sino
un fenómeno natural que permite que haya una temperatura media de 15ºC en todo
el planeta. Tenemos que saber que sin el efecto invernadero no existiría la
vida tal y como la conocemos.
Es el incremento o forzamiento de este efecto invernadero lo que provoca efectos dañinos en el clima. Las actividades humanas (generación de electricidad, producción industrial, el consumo en el hogar, el transporte) incrementan la cantidad de gases de efecto invernadero de la atmósfera. Estos gases extra provocan un calentamiento global, el cambio climático.
Es el incremento o forzamiento de este efecto invernadero lo que provoca efectos dañinos en el clima. Las actividades humanas (generación de electricidad, producción industrial, el consumo en el hogar, el transporte) incrementan la cantidad de gases de efecto invernadero de la atmósfera. Estos gases extra provocan un calentamiento global, el cambio climático.
8.- “El Cambio Climático supone un aumento muy pequeño de la temperatura.”
En el último siglo el cambio climático ha aumentado las temperaturas
aproximadamente:
entre medio y un grado en todo el planeta
un grado en Europa
un grado y medio en España
entre medio y un grado en todo el planeta
un grado en Europa
un grado y medio en España
Estos cambios de la temperatura pueden parecernos pequeños, más aún cuando
los españoles podemos experimentar fácilmente variaciones de temperaturas de
20º C, o incluso más, entre un mediodía caluroso y una noche fría. Sin embargo
hay que considerar que desde la última glaciación, época en la que el hielo
cubría la mayor parte de Europa, la temperatura media global tan sólo ha
ascendido entre 3 y 5ºC.
Por tanto, pequeñas variaciones de temperaturas medias pueden traducirse en grandes cambios.
Por tanto, pequeñas variaciones de temperaturas medias pueden traducirse en grandes cambios.
9.- “El Protocolo de Kioto es la solución al cambio climático.”
No, siempre se consideró que una reducción del 5% era muy pequeña, los
científicos ya hablaban de que habría que reducir como un 50-60% para mitad de
siglo. Pero dado que el 90% de la energía del mundo es fósil, se consideraba un
importante primer paso en la dirección adecuada al que tendrían que seguir
esfuerzos mayores.
Los países del 3er mundo en fuerte desarrollo (China, India, Indonesia, Brasil...) no tienen obligaciones de reducción con este protocolo, porque ellos no causaron el problema, pero es esencial que limiten sus emisiones en el futuro. ¿Cómo se les va a convencer de esto si los países ricos no cumplen Kioto?.
Los países del 3er mundo en fuerte desarrollo (China, India, Indonesia, Brasil...) no tienen obligaciones de reducción con este protocolo, porque ellos no causaron el problema, pero es esencial que limiten sus emisiones en el futuro. ¿Cómo se les va a convencer de esto si los países ricos no cumplen Kioto?.
10.- “El Gobierno Central es el único responsable político que realmente
puede evitar el cambio climático.”
Todos los ámbitos de la administración (central, autonómica y local) tienen
competencia en esto, pero con diferentes niveles de responsabilidad. El mayor
es el del Gobierno de la nación, pero la administración local tiene un papel
muy notable. Veamos algunos ejemplos:
Ordenanzas de edificación (que hagan obligatorias la instalación de
energía solar, que fomenten el aislamiento térmico en la construcción renuevas
viviendas, etc.).
Control y reducción del gasto energético de las instalaciones públicas. Evaluación de las emisiones de CO2 que emite la administración en su ejercicio laboral.
Ejemplaridad en aislamiento, prioridad de los parámetros energéticos en edificios nuevos. Todo ello fomenta la existencia de una red de profesionales a los que podrá acudir el ciudadano.
Instalaciones de energías renovables en el municipio: tejados fotovoltaicos y de solar térmica en edificios del ayuntamiento, favorecer instalación de eólica en terrenos municipales, etc
Medidas fiscales que promuevan la fotovoltaica en tejados municipales.
Ordenación urbana sostenible, eliminando el modelo de dispersión de viviendas monofamiliares.
Disuasión del tráfico en coche: carril bici, cierre del centro, más transporte público.
Agencias locales de la energía para asesorar/promover inversiones en eficiencia, tanto para la industria local como para ciudadanos (Por ejemplo: electrodomésticos Clase A).
Reducir el consumo eléctrico del alumbrado público, principalmente evitando la sobreiluminación y empleando farolas que cumplan con un diseño de eficiencia energética.
Concienciación pública de la importancia que tiene el ahorro de energía en el hogar, en el transporte y en nuestro consumo para evitar el problema del cambio climático, y otros como la contaminación del aire, la destrucción de la naturaleza, etc.
Control y reducción del gasto energético de las instalaciones públicas. Evaluación de las emisiones de CO2 que emite la administración en su ejercicio laboral.
Ejemplaridad en aislamiento, prioridad de los parámetros energéticos en edificios nuevos. Todo ello fomenta la existencia de una red de profesionales a los que podrá acudir el ciudadano.
Instalaciones de energías renovables en el municipio: tejados fotovoltaicos y de solar térmica en edificios del ayuntamiento, favorecer instalación de eólica en terrenos municipales, etc
Medidas fiscales que promuevan la fotovoltaica en tejados municipales.
Ordenación urbana sostenible, eliminando el modelo de dispersión de viviendas monofamiliares.
Disuasión del tráfico en coche: carril bici, cierre del centro, más transporte público.
Agencias locales de la energía para asesorar/promover inversiones en eficiencia, tanto para la industria local como para ciudadanos (Por ejemplo: electrodomésticos Clase A).
Reducir el consumo eléctrico del alumbrado público, principalmente evitando la sobreiluminación y empleando farolas que cumplan con un diseño de eficiencia energética.
Concienciación pública de la importancia que tiene el ahorro de energía en el hogar, en el transporte y en nuestro consumo para evitar el problema del cambio climático, y otros como la contaminación del aire, la destrucción de la naturaleza, etc.
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