lunes, 25 de diciembre de 2017

ARISTÓTELES. TEMA: VIRTUD Y FELICIDAD



  1. Tema: Virtud y felicidad.

La ética no es una ciencia teórica sino una reflexión práctica encaminada a la acción. Son los hábitos y las costumbres las de determinan nuestro actuar. La acción está provista de elementos racionales, por lo que razón y acción no se excluyen sino que se necesitan como el alma al cuerpo, como la forma a la materia, como acto a la potencia.
El Bien como fin: la eudaimonía. Aristóteles es el primer filósofo que analiza cuidadosamente la acción humana Observamos, pues, que todas las decisiones se tornan, y todas las acciones se realizan en función de un fin, que es un bien que se persigue. Desde el origen de la ética aristotélica, el bien no se considera como un objeto separado sino que surge en la historia individual de cada hombre como resultado del vivir, del hacer y del pensar.
Distingue entre volición que marca los fines; la deliberación que sopesa los medios, y la decisión que conduce directamente a la acción. La voluntad persigue el bien como fin y por tanto respecto a los fines no hay ni deliberación ni elección, podernos decir que el fin es el que es por una especie de determinación natural de los seres humanos. Aristóteles recomienda fiarse de algún hombre recto, entero y honrado pues lo que a él le perezca el bien lo será también por naturaleza La voluntad de un hombre sano, entero y honrado está naturalmente orientada hacia su bien y sólo cabe deliberar y decidir sobre los medios para alcanzarlo.
Aristóteles define el bien en función del fin; su ética es finalista o teleológica. El fin al que tiende el hombre es el bien, el fin y  el bien coinciden. Así pues, será buena toda acción que conduzca al fin del hombre, y toda acción que desvíe o se oponga al fin del hombre será mala.
Todo el mundo está de acuerdo que el bien del hombre y por ello su fin es la felicidad (eudaimonía). Muchos hombres se confunden pues entre los fines los hay que perseguimos por sí mismos, y los hay que buscamos como instrumentos o medios para conseguir otros, que son por tanto más importantes que ellos. En general el fin que queremos por sí mismo es mejor que el que buscamos sólo como medio para conseguir otro. Y todo el mundo está de acuerdo en que el bien supremo del hombre es la felicidad y es por ello el fin último Algunos piensan en el bien como algo material, o bien lo identifican con aquello de lo que carecen, por ejemplo identificándolo con el placer pensando que la felicidad consiste en una vida voluptuosa, otros ponen el bien en las riquezas dedicándose a los negocios; otros en los honores, pero todos se equivocan al no pensar en verdaderos fines, sino medios. Pues aunque unos fines se subordinen a otros, ha de haber uno que sea el último, que sea deseado por sí mismo y no subordinado a otro Este fin último será necesariamente el mayor bien: la FELICIDAD (eudaimonía). La eudaimonía es el juez que dictamina el nivel de eficacia en que se lleva a cabo la defensa del propio ser que toda naturaleza nos exige. El hombre tiende a buscar la felicidad por sí misma, y las acciones que tienden a alcanzar esa felicidad son buenas, las que le desvían de este propósito son malas. Dependiendo por completo de la acción la felicidad se asocia a aquellos que actúan adecuadamente o certeramente, conforme a la virtud (arete). La felicidad es la actividad propia del ser humano desarrollado completamente, no truncado, disminuido o pervertido; es la actividad humana en su plenitud, del hombre que actúa como tal y que por ello realiza el fin que le es propio. La felicidad como estado de plenitud no se da al margen de la polis, por lo que la ética pertenece a la política. La felicidad del hombre consiste en una vida contemplativa.  Pero al sublime ideal de la vida contemplativa no pueden acceder todos los humanos, ni mujeres, ni esclavos ni campesinos y artesanos, ya que embrutecidos por el trabajo manual sólo pueden aspirar a satisfacer sus placeres sensuales y su ambición.

La Virtud y el ser humano. Con frecuencia se traduce areté por virtud, entendida como eficiencia o excelencia. La virtud es una disposición del alma, una capacidad y aptitud permanente para comportarse de un modo determinado frente a las circunstancias, requiere la voluntad, ha de durar toda la vida y ha de ir acompañada de circunstancias externas mínimamente favorables; se adquiere mediante el ejercicio y el hábito (no nacemos virtuosos por naturaleza ni tampoco basta la enseñanza si no se acompaña con una práctica adecuada). El hábito es quien engendra la costumbre, el modo de ser de una persona.
Para Aristóteles, el humano es una entidad (ser) compuesta de materia y forma, de cuerpo y alma. Los diversos órganos del cuerpo tienen sus funciones propias (del ojo ver, de la pierna correr, del estómago digerir) y si funcionan bien adquirirán sus propias virtudes o excelencias. El alma tiene también sus funciones propias y son éstas las que interesan a Aristóteles en su ética.
Aristóteles distingue tres partes en el alma: una parte responsable de las funciones biológicas (alma vegetativa), una sensitiva (sensaciones y voliciones) y otra racional que tiene la capacidad de pensar y entender. Las diferentes tipos de alma forman una serie tal que el tipo superior presupone siempre al inferior, pero no a la inversa. Se trata de un todo orgánicamente estructurado en donde la parte apetitiva y volitiva están naturalmente subordinadas a la parte pensante o racional.
La virtud consiste básicamente en el control del ser humano por su parte pensante. En su análisis cuidadoso de la acción humana, Aristóteles distingue entre la voluntad que marca los fines; la deliberación que sopesa los medios y la decisión que conduce directamente a la acción. La virtud es la capacidad racional de saber escoger, según la recta razón de cada uno, lo que estime que es el término medio entre dos extremos. Aristóteles afirma que la virtud consiste en un hábito de decidir en el equilibrio entre dos extremos defectuosos, entre el defecto y el exceso, (el valor es un justo medio entre el miedo y la temeridad). Desgraciadamente no se trata de la media aritmética entre dos cantidades, ya que esto sería una regla precisa y fácil de calcular. En ética no hay reglas precisas sino que mucho depende de cada uno y las circunstancias, Aristóteles más bien aconseja adquirir experiencia de la vida y dejarse guiar por el consejo de los hombres más experimentados, razonables y prudentes.

Tipos de virtud. La parte apetitiva del alma, sede de las tendencias y deseos, posee el nombre de éthos o carácter. La parte pensante del alma recibe el nombre de diánoia o pensamiento. Cada una de estas dos partes tiene sus funciones características que pueden ejecutar bien o mal. A cada una de estas funciones corresponderá una virtud o areté que consistirá en la eficiencia o excelencia de su ejecución. Las primeras virtudes son éticas o morales: valor, moderación, magnanimidad, amabilidad, sinceridad, pudor, valentía, dignidad, firmeza, generosidad, libertad, veracidad; las segundas son dianoéticas o intelectuales. Dentro de la diánoia o parte pensante en el alma Aristóteles distingue tres tipos de funciones: las funciones contemplativas o científicas, las funciones prácticas y las funciones productivas. Las funciones contemplativas o científicas del alma consisten en la contemplación de lo que de necesario, universal e inmutable hay en la realidad; buscan el saber por sí mismo, su fin exclusivo es la contemplación. Las funciones prácticas como las funciones productivas se refieren a lo que en la realidad hay de variable e interferible y consisten en la determinación de los medios óptimos para la consecución de un fin, que en el primer caso corresponde a la acción misma y en el segundo a la producción de un artefacto. A estas tres tipos de funciones corresponden tres tipos de virtudes dianoéticas: ciencia, prudencia, arte. A estas se añaden la sabiduría y la inteligencia.

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