- Tema: Virtud y felicidad.
La ética no es una ciencia teórica sino una reflexión práctica encaminada a la acción. Son
los hábitos y las costumbres las de determinan nuestro actuar.
La
acción está provista de elementos racionales, por lo que razón y acción no se
excluyen sino que se necesitan como el alma al cuerpo, como la forma a la
materia, como acto a la potencia.
El Bien como fin: la eudaimonía. Aristóteles es el primer
filósofo que analiza cuidadosamente la acción humana Observamos, pues, que todas las decisiones se tornan,
y todas las acciones se realizan en función de un fin, que es un bien que se persigue. Desde el origen de
la ética aristotélica, el bien no se considera como un objeto separado sino que
surge
en la historia individual de cada hombre como resultado del vivir, del hacer y
del pensar.
Distingue entre
volición que marca los fines; la deliberación que sopesa los medios, y la
decisión que conduce directamente a la
acción. La voluntad persigue el bien como fin y por tanto respecto a los fines
no hay ni deliberación ni elección,
podernos decir que el fin es el que es por una especie de determinación natural
de los seres humanos. Aristóteles
recomienda fiarse de algún hombre recto, entero y honrado pues lo que a él le
perezca el bien lo será también por naturaleza La voluntad de un hombre sano, entero y honrado está naturalmente
orientada hacia su bien y sólo cabe deliberar y decidir sobre los medios
para alcanzarlo.
Aristóteles
define el bien en función del fin; su ética es finalista o teleológica. El
fin al que tiende el hombre es el bien, el fin y
el bien coinciden. Así pues, será buena toda acción que conduzca al fin
del hombre, y toda acción que desvíe o se oponga al fin del hombre será mala.
Todo el mundo está de acuerdo que el bien del
hombre y por ello su fin es la felicidad (eudaimonía). Muchos hombres se
confunden pues entre los fines los hay que perseguimos por sí mismos, y los hay
que buscamos como instrumentos o
medios para conseguir otros, que son por tanto más importantes que ellos. En general
el fin que queremos por sí mismo es mejor que el que buscamos sólo como medio
para conseguir otro. Y todo el mundo está de acuerdo en que el bien supremo del
hombre es la felicidad y es por ello el fin último Algunos piensan en el bien
como algo material, o bien lo identifican
con aquello de lo que carecen, por ejemplo identificándolo con el placer
pensando que la felicidad consiste
en una vida voluptuosa, otros ponen el bien en las riquezas dedicándose a los
negocios; otros en los honores, pero todos se equivocan al no pensar en
verdaderos fines, sino medios. Pues aunque unos fines se subordinen a otros, ha
de haber uno que sea el último, que sea deseado por sí mismo y no subordinado a
otro Este fin último será necesariamente el
mayor bien: la FELICIDAD (eudaimonía). La eudaimonía es el juez
que dictamina el nivel de eficacia
en que se lleva a cabo la defensa del propio ser que toda naturaleza nos exige.
El hombre tiende a buscar la
felicidad por sí misma, y las acciones que tienden a alcanzar esa felicidad son
buenas, las que le desvían de este
propósito son malas. Dependiendo por
completo de la acción la felicidad se asocia a aquellos que actúan
adecuadamente o certeramente, conforme a la virtud (arete). La
felicidad es la actividad propia del ser humano desarrollado completamente,
no truncado, disminuido o
pervertido; es la actividad humana en su plenitud, del hombre que actúa como
tal y que por ello realiza el
fin que le es propio. La felicidad
como estado de plenitud no se da al margen de la polis, por lo que la ética
pertenece a la política. La felicidad del
hombre consiste en una vida contemplativa. Pero al sublime ideal de la
vida contemplativa no pueden acceder todos los humanos, ni mujeres, ni esclavos
ni campesinos y artesanos, ya que
embrutecidos por el trabajo manual sólo pueden aspirar a satisfacer sus
placeres sensuales y su ambición.
La Virtud y el ser humano. Con
frecuencia se traduce areté por virtud, entendida como eficiencia o
excelencia. La virtud es una disposición del
alma, una capacidad y aptitud
permanente para comportarse de un modo determinado frente a las circunstancias,
requiere la voluntad, ha de durar toda la vida y ha de ir acompañada de
circunstancias externas mínimamente favorables; se adquiere mediante el ejercicio y el hábito (no nacemos virtuosos por
naturaleza ni tampoco basta la enseñanza si no se acompaña con una
práctica adecuada). El hábito es quien engendra la costumbre, el modo de ser de
una persona.
Para Aristóteles, el
humano es una entidad (ser) compuesta de materia y forma, de cuerpo y alma. Los
diversos órganos del cuerpo tienen sus funciones propias (del ojo ver, de la
pierna correr, del estómago digerir) y si
funcionan bien adquirirán sus propias virtudes o excelencias. El alma tiene
también sus funciones propias y son
éstas las que interesan a Aristóteles en su ética.
Aristóteles
distingue tres partes en el alma: una parte responsable de las funciones biológicas
(alma vegetativa), una sensitiva (sensaciones y voliciones) y otra racional que
tiene
la capacidad de pensar y entender. Las diferentes tipos de alma forman una serie tal que el tipo superior
presupone siempre al inferior, pero no a la inversa. Se trata de un todo orgánicamente estructurado en donde la parte
apetitiva y volitiva están naturalmente subordinadas a la parte pensante
o racional.
La virtud consiste básicamente en el control del ser humano
por su parte pensante. En su análisis cuidadoso
de la acción humana, Aristóteles distingue entre la voluntad que marca los
fines; la deliberación que sopesa los
medios y la decisión que conduce
directamente a la acción. La virtud es la capacidad racional de saber escoger,
según la recta razón de cada uno, lo que estime que es el término medio entre dos
extremos. Aristóteles afirma que la virtud consiste en un hábito de decidir en el equilibrio entre dos extremos defectuosos, entre el defecto y el exceso,
(el valor es un justo medio entre el miedo y la temeridad). Desgraciadamente no se trata de la media aritmética
entre dos cantidades, ya que esto sería una regla precisa y fácil de calcular. En ética no hay reglas
precisas sino que mucho depende de cada uno y las circunstancias, Aristóteles más bien aconseja
adquirir experiencia de la vida y dejarse guiar por el consejo de los hombres
más experimentados, razonables y prudentes.
Tipos de virtud. La parte apetitiva
del alma, sede de las tendencias y deseos, posee el nombre de éthos o
carácter. La parte pensante del alma recibe el nombre de diánoia o pensamiento. Cada una de
estas dos partes tiene sus funciones características que pueden ejecutar bien o mal. A
cada una de estas funciones corresponderá una virtud o areté que consistirá en la eficiencia o excelencia de
su ejecución. Las primeras virtudes son éticas o morales: valor, moderación, magnanimidad, amabilidad,
sinceridad, pudor, valentía, dignidad,
firmeza, generosidad, libertad, veracidad; las segundas son dianoéticas o intelectuales. Dentro
de la diánoia o parte pensante en el alma Aristóteles distingue tres tipos de
funciones: las funciones contemplativas o
científicas, las funciones prácticas y las funciones productivas. Las
funciones contemplativas o científicas del alma consisten en la
contemplación de lo que de necesario, universal e inmutable hay en la realidad; buscan el saber por sí mismo, su fin
exclusivo es la contemplación. Las funciones prácticas como las funciones productivas se refieren a lo que en la realidad hay de
variable e interferible y consisten en la determinación de los medios óptimos para la consecución de un fin, que en
el primer caso corresponde a la acción misma y en el segundo a la
producción de un artefacto. A estas tres tipos de funciones corresponden tres
tipos de virtudes dianoéticas: ciencia, prudencia, arte. A estas se añaden la
sabiduría y la inteligencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario