TEXTO
DESCARTES, Discurso del método, cuarta parte (trad. E. Bello Reguera, Madrid, Tecnos, 1994, pp. 44-52).
“No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones que allí he hecho, pues son tan metafísicas y tan fuera de lo común que tal vez no sean del gusto de todos. Sin embargo, con el fin de que se pueda apreciar si los fundamentos que he establecido son bastante firmes, me veo en cierto modo obligado a hablar de ellas. Desde hace mucho tiempo había observado que, en lo que se refiere a las costumbres, es a veces necesario seguir opiniones que tenemos por muy inciertas como si fueran indudables, según se ha dicho anteriormente; pero, dado que en ese momento sólo pensaba dedicarme a la investigación de la verdad, pensé que era preciso que hiciera lo contrario y rechazara como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, hecho esto, no quedaba en mi creencia algo que fuera enteramente indudable. Así, puesto que nuestros sentidos nos engañan algunas veces, quise suponer que no había cosa alguna que fuera tal como nos la hacen imaginar. Y como existen hombres que se equivocan al razonar, incluso en las más sencillas cuestiones de geometría, y cometen paralogismos, juzgando que estaba expuesto a equivocarme como cualquier otro, rechacé como falsos todos los razonamientos que había tomado antes por demostraciones. Y, en fin, considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando despiertos pueden venirnos también cuando dormimos, sin que en tal estado haya alguno que sea verdadero, decidí fingir que todas las cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras quería pensar de ese modo que todo es falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuera alguna cosa. Y observando que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de socavarla, juzgué que podía admitirla como el primer principio de la filosofía que buscaba.
Al examinar, después, atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo y que no había mundo ni lugar alguno en el que me encontrase, pero que no podía fingir por ello que yo no existía, sino que, al contrario, del hecho mismo de pensar en dudar de la verdad de otras cosas se seguían muy evidente y ciertamente que yo era; mientras que, con sólo haber dejado de pensar, aunque todo lo demás que alguna vez había imaginado existiera realmente, no tenía ninguna razón para creer que yo existiese, conocí por ello que yo era una sustancia cuya esencia o naturaleza no es sino pensar, y que, para existir, no necesita de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De manera que este yo, es decir, el alma por la cual soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo e incluso más fácil de conocer que él y, aunque el cuerpo no existiese, el alma no dejaría de ser todo lo que es.
Después de esto, examiné lo que en general se requiere para que una proposición sea verdadera y cierta; pues, ya que acababa de descubrir una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en qué consiste esa certeza. Y habiendo observado que no hay absolutamente nada en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad, a no ser que veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía admitir esta regla general: las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; si bien sólo hay alguna dificultad en identificar exactamente cuáles son las que concebimos distintamente.
Reflexionando, a continuación, sobre el hecho de que yo dudaba y que, por lo tanto, mi ser no era enteramente perfecto, pues veía con claridad que había mayor perfección en conocer que en dudar, se me ocurrió indagar de qué modo había llegado a pensar en algo más perfecto que yo; y conocí con evidencia que debía ser a partir de alguna naturaleza que, efectivamente, fuese más perfecta. Por lo que se refiere a los pensamientos que tenía de algunas otras cosas exteriores a mí, como el cielo, la tierra, la luz, el calor, y otras mil, no me preocupaba tanto por saber de dónde procedían, porque, no observando en tales pensamientos nada que me pareciera hacerlos superiores a mí, podía pensar que, si eran verdaderos, era por ser dependientes de mi naturaleza en tanto que dotada de cierta perfección; y si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había en mí imperfección. Pero no podía suceder lo mismo con la idea de un ser más perfecto que el mío; pues, que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible; y puesto que no es menos contradictorio pensar que lo más perfecto sea consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que pensar que de la nada provenga algo, tampoco tal idea podía proceder de mí mismo. De manera que sólo quedaba la posibilidad de que hubiera sido puesta en mí por una naturaleza que fuera realmente más perfecta que la mía y que poseyera, incluso, todas las perfecciones de las que yo pudiera tener alguna idea, esto es, para decirlo en una palabra, que fuera Dios (...)
Quise buscar, después, otras verdades y, habiéndome propuesto el objeto de los geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diversas partes, que podían tener diferentes figuras y tamaños, y ser movidas o trasladadas de todas las maneras posibles, pues los geómetras suponen todo esto en su objeto, repasé algunas de sus más simples demostraciones. Y habiendo advertido que la gran certeza que todo el mundo les atribuye sólo está fundada en que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla antes formulada, advertí también que no había en ellas absolutamente nada que me asegurase la existencia de su objeto. Porque, por ejemplo, veía bien que, si suponemos un triángulo, sus tres ángulos tienen que ser necesariamente iguales a dos rectos, pero en tal evidencia no apreciaba nada que me asegurase que haya existido triángulo alguno en el mundo. Al contrario, volviendo a examinar la idea que tenía de un ser perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en ella del mismo modo que en la de un triángulo está comprendido el que sus tres ángulos son iguales a dos rectos, o en la de una esfera, el que todas sus partes equidistan de su centro, e incluso con mayor evidencia; y, en consecuencia, es al menos tan cierto que Dios, que es ese ser perfecto, es o existe, como puede serlo cualquier demostración de la geometría”.
TEXTO EXPLICACIÓN
1. No sé (…) con el fin de que se pueda apreciar si los fundamentos que he establecido son bastante firmes, (…) 2.pero, dado que en ese momento sólo pensaba dedicarme a la investigación de la verdad, pensé que era preciso que hiciera lo contrario y rechazara como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, hecho esto, no quedaba en mi creencia algo que fuera enteramente indudable. | PROYECTO FILOSÓFICO: ANTROPOCENTRISMO HUMANISTA. Descartes busca hallar un nuevo centro de gravedad en donde este edificio en ruinas que es el conocimiento humano se apoye. He aquí el momento crucial en el que se produce un nuevo giro en la historia de la Filosofía: el punto de apoyo será la conciencia, el yo, el sujeto. EL CONCEPTO DE “DUDA METÓDICA” La regla de la evidencia exige comenzar por el ejercicio de la duda misma. Conviene hacer las siguientes precisiones en relación a la noción cartesiana de la duda: a) Es epistemológica, metódica y no escéptica. Descartes entra en la duda para no caer en el error, pero siempre con la intención de salir de ahí mediante una certeza. La duda cartesiana, pues, no es tanto un punto de llegada, resultado del cansancio intelectual, como en el escepticismo, como un punto de partida para encontrar después una certeza, una verdad indudable desde la que anularla. b) No es afirmación ni negación, sino suspensión del juicio ante la posibilidad de error; es crítica. Es una precaución que se toma. La antigüedad tenía, por así decirlo, miedo a la ignorancia, el hombre moderno se pregunta si los conocimientos que se han ido acumulando desde la antigüedad, no serán, en el fondo, sino errores. Por eso, no tiene miedo a la ignorancia y sí a algo peor: al error, al engaño. Y justamente para no errar es por lo que entra en la duda. c) En Descartes la duda es el resultado de la aplicación de la primera de las reglas del método, la de la evidencia. d) El fundamento de la duda es la libertad humana. Así, si podemos dudar de algo es porque, en último término, somos libres frente a ese algo. Toda duda, constituye un acto de libertad. e) La duda expresa la finitud, la limitación e imperfección del conocer y del ser humanos. En efecto, un ser perfecto no duda. |
OBSERVACIONES | |
TEXTO EXPLICACIÓN
1. Así, puesto que nuestros sentidos nos engañan algunas veces, quise suponer que no había cosa alguna que fuera tal como nos la hacen imaginar. Y como existen hombres que se equivocan al razonar, incluso en las más sencillas cuestiones de geometría, y cometen paralogismos, juzgando que estaba expuesto a equivocarme como cualquier otro, rechacé como falsos todos los razonamientos que había tomado antes por demostraciones. 2. Y, en fin, considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando despiertos pueden venirnos también cuando dormimos, sin que en tal estado haya alguno que sea verdadero, decidí fingir que todas las cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. | 1. La hipótesis de la falacidad de los sentidos ( Las ilusiones de los sentidos) Los sentidos a menudo nos conducen a error y como es prudente no confiar en aquellos que alguna vez nos han engañado: ¿por qué habríamos de creer en la información que ellos nos suministran? Efectivamente, si alguien falta a su palabra más de una vez, sería necio confiar en él: la única actitud prudente sería desconfiar de su palabra. En consecuencia, el conocimiento sensorial puede ser puesto en duda o, al menos, es posible afirmar que no es seguro que no nos engañen; por lo tanto, según el plan de la "duda metódica" de dar por falso todo lo dudoso, la información aportada por los sentidos debe ser rechazada. Este nivel de la duda metódica se presenta como una crítica al realismo epistemológico medieval que se sustentaba sobre la base de la máxima tomista: nada hay en el entendimiento que no haya pasado antes por los sentidos. 2. La hipótesis onírica o la imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia. Segundo nivel de duda: mientras duermo y sueño las cosas se me presentan como reales; si permanezco en vigilia las casas también se me presentan como absolutamente reales. Entonces, ¿cómo saber, con absoluta certeza, si lo que ahora veo, oigo, etc., es real o producto del sueño? Aquello sobre lo cual recae la duda es sobre la existencia del mundo exterior. La hipótesis onírica representa la crítica cartesiana a la ontología realista medieval que afirmaba la existencia de un mundo exterior al sujeto cognoscente. |
OBSERVACIONES.- | Tercer nivel de la duda: la hipótesis del genio maligno. Según esta hipótesis, Descartes se pregunta si no habrá un genio tan astuto como poderoso, que ha puesto todo su empeño en engañarnos; que estamos en el error, incluso cuando contamos y decimos que son cuatro los lados de un cuadrado y tres los de un triángulo. El famoso genio maligno de Descartes es una posibilidad, no una realidad; una hipótesis no una tesis; un artificio, un experimento mental para contrarrestar la inercia del sentido común y probar la fuerza de cada verdad. Significa que tal vez nuestro entendimiento está constituido de tal manera que se haya condenado a errar siempre, como si se tratara de una máquina defectuosa produce objetos todos ellos defectuosos. |
DESARROLLO:REGLAS EXPLICACIÓN
1. En Descartes la duda es el resultado de la aplicación de la primera de las reglas del método, la de la evidencia. | ¿QUÉ ES EL MÉTODO? ¿CUÁLES SON SUS REGLAS? Definición.- Unas reglas ciertas y fáciles, gracias a las cuales todos lo que las observen exactamente no tomarán nunca por verdadero lo que es falso, y alcanzarán sin fatigarse con esfuerzos inútiles sino acrecentando progresivamente su saber, el conocimiento verdadero de todo aquello de que sean capaces” (Reglas, 4). El método permite: a. Evitar el error, b. Es un ars inveniendi, es decir, una forma de conocimiento propia del descubrimiento y la investigación. 2. Todas las reglas del método se resuelven en estas cuatro: a. Regla de la evidencia.- “No admitir como verdadero cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era”. b. Regla del análisis.- “Dividir cada de las dificultades que examinamos en tantas partes como fuese posible, y cuantas requiriese su mejor solución”. c. Regla de la síntesis. “Conducir ordenamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos, y suponiendo un orden aun entre aquellos que no se preceden naturalmente unos a otros” d. Regla de la enumeración o comprobaciones. “Hacer en todo momento enumeraciones tan completas, y revisiones tan generales, que estuviera seguro de no olvidar nada.” |
OBSERVACIONES | |
COGITO EXPLICACIÓN
1. Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras quería pensar de ese modo que todo es falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuera alguna cosa. Y observando que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de socavarla, juzgué que podía admitirla como el primer principio de la filosofía que buscaba. | Momento constructivo: EL Cogito Descartes está sumido en la más profunda duda, pero he aquí que advierte que hay una evidencia más cierta y segura que la evidencia de las mismas verdades matemáticas, una certeza acerca de la cual nadie podría hacerle dudar. Esta certeza indudable es la evidencia de su propia existencia. En efecto, puedo dudar de todo lo que quiera, pero no puedo dudar de que existo mientras dudo. Así, si dudo, si me engaño, si sueño, por lo menos existo, aunque sea como algo que duda, se engaña o sueña. Para pensar, para dudar, se necesita ser, existir. Por tanto, mi conciencia implica existencia. En consecuencia, existo como una "cosa que piensa". Descartes expresa esa verdad con la famosa fórmula "pienso, luego existo", que no debe ser malinterpretada, pues en ella no encontramos conclusión alguna de ningún razonamiento, sino la intuición de una evidencia. Esta fórmula tiene la virtud y el privilegio de conectar, inmediatamente, el acto de pensar o de dudar, con la certeza de la existencia como contenido necesario de ese acto. Hace surgir, a partir del movimiento mismo del pensamiento y de la duda, y en un instante, el ser y la certidumbre: de ahí la fuerza irresistible de su evidencia. EL COGITO: Sus dimensiones, las reglas. Siguiendo el modelo matemático hay que partir de un primer axioma cuya verdad sea evidente. Este principio es el cogito. Podemos distinguir varios tres aspectos del significado del primer principio: a. Antropológico.El primer principio de la filosofía cartesiana se refiere al hombre. Con ello, formula Descartes el antropomorfismo que caracterizará a la modernidad frente al teocentrismo medieval. La subjetividad aparece como el fundamento del conocimiento y de la moral. b. Metodológico. El cogito se constituye como el punto de partida de un sistema deductivo. c. Ontológico. Se presenta resuelto en res cogitans, “una cosa que piensa”. d. Epistemológico. Es criterio de certeza y fuente de donde emanan los principios de todas las demás ciencias. Es la evidencia misma, modelo de cualquier otra. |
OBSERVACIONES | |
Res cogitans EXPLICACIÓN
1. Al examinar, después, atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo y que no había mundo ni lugar alguno en el que me encontrase, pero que no podía fingir por ello que yo no existía, sino que, al contrario, del hecho mismo de pensar en dudar de la verdad de otras cosas se seguían muy evidente y ciertamente que yo era; mientras que, con sólo haber dejado de pensar, aunque todo lo demás que alguna vez había imaginado existiera realmente, no tenía ninguna razón para creer que yo existiese, conocí por ello que yo era una sustancia cuya esencia o naturaleza no es sino pensar, y que, para existir, no necesita de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De manera que este yo, es decir, el alma por la cual soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo e incluso más fácil de conocer que él y, aunque el cuerpo no existiese, el alma no dejaría de ser todo lo que es. | La dimensión ontológica del cogito. El dualismo antropológico. Las tres sustancias: res cogitans, res extensa y res infinita. El yo (Res cogitans). En efecto, todavía en la cuarta parte del Discurso, después de aceptar la evidencia del "cogito" como el «primer principio de la filosofía que andaba buscando», Descartes prosigue su análisis examinando qué es el yo que se descubre en el "cogito": «conocí que yo era una sustancia cuya esencia y naturaleza toda es pensar, y que no necesita para ser de lugar alguno, ni depende de cosa alguna material». El mundo, el propio cuerpo, están aún sometidos a la duda: no sabemos aún con seguridad nada de ellos. En cuanto al yo, queda reducido a razón, a pensamiento, de tal forma que tal vez «si cesase por completo de pensar, cesara al propio tiempo por completo de existir». El yo es pensamiento puro, es una "res cogitans", una sustancia pensante. Y de momento no podemos saber nada más acerca del hombre: la existencia del alma se vuelve más evidente, más fácil de conocer que la del cuerpo. El mundo (Res extensa). Ya no nos queda más que demostrar o deducir la existencia del mundo material, del cual, de momento, aún hay que dudar. La esencia de las cosas materiales no puede ser otra que la extensión geométrica. En efecto, las cualidades sensibles son oscuras y confusas, en tanto que la extensión la concebimos «muy clara y distintamente». Así, podemos imaginar la extensión sin cualidades sensibles, pero no podemos pensar estas cualidades sin la extensión. La realidad externa queda caracterizada como "res extensa", y, en consecuencia, la física reducida a geometría. Dimensión antropológica del cogito: el ser humano se estructura en dos principios irreductibles entre sí, uno de naturaleza espiritual (res cogitans) y otro de naturaleza material (res extensa). |
OBSERVACIONES | |
Criterio de certeza EXPLICACIÓN
1. Después de esto, examiné lo que en general se requiere para que una proposición sea verdadera y cierta; pues, ya que acababa de descubrir una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en qué consiste esa certeza. Y habiendo observado que no hay absolutamente nada en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad, a no ser que veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía admitir esta regla general: las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; si bien sólo hay alguna dificultad en identificar exactamente cuáles son las que concebimos distintamente. | El criterio de certeza De la formulación del cogito deduce Descartes el criterio de certeza que está íntimamente ligado a las nociones de intuición y evidencia. ¿Cuándo sabemos que hemos intuido una idea? Cuando es clara y distinta. Conocer con claridad una idea es conocerla separada de todas las demás. Conocer con distinción una idea es conocer diferencialmente cada uno de sus componentes, propiedades y atributos. En este sentido, el cogito es el modelo de toda verdad por la claridad y distinción con que es captado, es la evidencia misma, es, en definitiva, en su vertiente gnoseológica, el criterio de certeza mismo. Descartes analiza su primera certeza para descubrir las notas distintivas que le servirán de criterio para identificar otras afirmaciones verdaderas. La afirmación “Pienso, existo” se presenta a la conciencia con "claridad" y "distinción". Por lo tanto, serán aceptadas como verdaderas aquellas ideas que sean claras (ciertamente presentes a la conciencia) y distintas (no confundidas con otras ideas). . |
OBSERVACIONES | |
El planteamiento del problema a partir de la formulación del cogito. EL SOLIPSISMO.
Ahora comienzan los problemas de la filosofía cartesiana. Porque sobre esa certeza, que tenía que funcionar como primera piedra del edificio de la filosofía, no se puede edificar nada. La evidencia de la propia existencia resulta un callejón sin salida, que no conduce a ninguna parte. De este axioma evidente no cabe deducir teorema alguno. En su círculo de certeza, el pensamiento, el sujeto pensante, se
garantiza a sí mismo como algo real, pero desde ahí no puede fundamentar o deducir nada. Tal es la soledad o cierre absoluto de la conciencia: a ella le resulta imposible aventurar juicio alguno en relación con otra cosa que no sea su propia existencia. Así, el hipotético genio maligno sólo ha sido neutralizado en parte; pues, aunque no puede engañarnos respecto a nuestra propia existencia, sí puede hacerlo con relación a cualquier otra cosa que caiga fuera del circuito de certeza del yo: ¡y son todas, excepto el yo¡.
Cuatro son los temas que se convierten en problema al no quedar garantizados por la evidencia de la propia existencia. Estos cuatro problemas son: el problema de la existencia del propio cuerpo, el problema de la existencia de los otros, el problema de la existencia del mundo y el problema de la validez de las verdades matemáticas.
La solución del problema
Sólo le queda a Descartes una vía si quiere seguir avanzando en su proyecto inicial: el análisis de su propia existencia en cuanto ser pensante, es decir el análisis de lo que es, pensamiento, y del fruto de la actividad de eso que es, las ideas. El problema es enorme, ya que a Descartes no le queda más remedio que deducir la existencia de cualquier otra realidad a partir de la existencia del pensamiento. Así lo exige el ideal deductivo: puesto que la primera verdad, el primer axioma, el fundamento del criterio de certeza: claridad y distinción, es el "yo pienso", de él han de extraerse todos nuestros conocimientos, incluido, por supuesto, el conocimiento de que hay realidades extramentales.
Antes de seguir adelante con la deducción es necesario detenernos con Descartes para hacer inventario de los elementos con que contamos para llevarla a cabo. Así, vemos que contamos con dos elementos: el pensamiento y las ideas que piensa el yo.
La expresión "pensamiento" en Descartes tiene una significación muy amplia: nombra cualquier actividad de la mente o de la conciencia, tanto intelectual como volitiva o afectiva. En este sentido, Descartes, puede dividir los pensamientos en ideas, por una parte, y sentimientos, actos de la voluntad y juicios por otra. Las ideas son los hechos de conciencia más simples: son como imágenes que representan cosas; los actos de voluntad y los juicios resultan más complejos, pues, en ellos algún tipo de acción acompaña siempre la mera representación de las cosas.
Las ideas pueden ser estudiadas desde distintos puntos de vista:
l.- según su evidencia.
En este caso las ideas se presentan o bien claras u oscuras ya distintas o confusas. En este sentido las ideas no son verdadera ni falsas, propiedad que sólo caracteriza a los juicios. La claridad y la distinción de las ideas constituye en Descartes, el criterio general de verdad, es decir, la norma para identificar o reconocer la verdad como tal. Se formula así: todo lo que veo con claridad y distinción es verdadero. Semejante regla tiene su origen en el cogito del siguiente modo: si esa verdad particular es clara y distinta entonces cabe sostener, con carácter general, que todo lo que sea claro y distinto resultará verdadero. Este criterio garantiza que a toda verdad subjetiva corresponde siempre una verdad objetiva. La función de la regla consiste en asegurar la conformidad de las ideas con las cosas, en adecuar la el pensamiento a la realidad. Ahora bien, aunque es racional ya que justifica la correspondencia entre el pensamiento y la realidad, no es absoluto, siempre podremos dudar, es decir, cabe la posibilidad de que sea objetivamente falsa una idea concebida clara y distintamente por el empeño de un genio maligno.
En general, Descartes identifica las ideas claras con los conceptos matemáticos y con nociones básicas de la filosofía, como la noción de sustancia: una realidad que existe por sí misma independiente de cualquier otra.
2. Según su origen.
Desde el punto de vista de su origen o procedencia, Descartes divide las ideas en innatas, adventicias y facticias. Las ideas innatas parecen provenir de la propia naturaleza del sujeto; las adventicias son ideas de cosas que parecen existir fuera del sujeto; y las facticias de ficciones o invenciones del sujeto. Descartes como buen racionalista sólo valora las ideas innatas, coinciden con las claras y distintas y son la base del conocimiento.
Así, critica el valor de las ideas adventicias, poniendo en duda que procedan realmente de cosas exteriores al sujeto, o, al menos, que mantengan una relación de semejanza esas cosas. En efecto las ideas adventicias se apoyan en dos razones:
a) Parece "natural" que haya cosas fuera del sujeto.
b) Estas ideas no dependen de la voluntad del sujeto;
luego, son producidas en él por cosas extrañas a él.
3. Según el grado de realidad objetiva que representan.
Pero, cabe, por último, otra clasificación de las ideas. Las ideas (aunque todas resulten iguales en cuanto actos de pensamiento) desde el punto de vista del contenido, de la mayor o menor realidad objetiva que representan, pueden dividirse o jerarquizarse según su grado de perfección. Así, la idea de sustancia tiene más realidad objetiva que la idea de accidente; y la idea de una sustancia infinita tiene más realidad objetiva que la de una finita. (Para entender este planteamiento de Descartes, pongamos el siguiente ejemplo: aunque todos los números son, por igual, productos de la mente, es posible ordenarlos en una serie según la mayor o menor cantidad que objetivamente representan). Esta distinción será empleada por Descartes como premisa del argumento que intenta demostrar la existencia de Dios.
Demostración de la existencia de Dios. EXPLICACIÓN
Reflexionando, a continuación, sobre el hecho de que yo dudaba y que, por lo tanto, mi ser no era enteramente perfecto, pues veía con claridad que había mayor perfección en conocer que en dudar, se me ocurrió indagar de qué modo había llegado a pensar en algo más perfecto que yo; y conocí con evidencia que debía ser a partir de alguna naturaleza que, efectivamente, fuese más perfecta. Por lo que se refiere a los pensamientos que tenía de algunas otras cosas exteriores a mí, como el cielo, la tierra, la luz, el calor, y otras mil, no me preocupaba tanto por saber de dónde procedían, porque, no observando en tales pensamientos nada que me pareciera hacerlos superiores a mí, podía pensar que, si eran verdaderos, era por ser dependientes de mi naturaleza en tanto que dotada de cierta perfección; y si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había en mí imperfección. Pero no podía suceder lo mismo con la idea de un ser más perfecto que el mío; pues, que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible; y puesto que no es menos contradictorio pensar que lo más perfecto sea consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que pensar que de la nada provenga algo, tampoco tal idea podía proceder de mí mismo. De manera que sólo quedaba la posibilidad de que hubiera sido puesta en mí por una naturaleza que fuera realmente más perfecta que la mía y que poseyera, incluso, todas las perfecciones de las que yo pudiera tener alguna idea, esto es, para decirlo en una palabra, que fuera Dios. | Descartes demuestra la existencia de Dios a partir de la idea de Dios, como sucede en el argumento ontológico de San Anselmo. Sin embargo, Descartes introduce una novedad en la demostración, al combinar la idea de Dios con el principio de causalidad, es decir, al considerar la idea de Dios, no en sí misma, sino en relación causal con nuestra finitud. En rigor, Descartes no se pregunta directamente si existe Dios, sólo se pregunta si existe algo más que uno mismo: se trata, pues, de saber si, entre las ideas que hallo en mi, hay alguna que, de verdad, me remita a una cosa fuera de mí. Por ideas está entendiendo aquí, de acuerdo con la última clasificación, las ideas jerarquizadas según su grado de perfección, según la mayor o menor realidad objetiva que representan. Pues bien, a juicio de Descartes, y ésta es una de las mayores innovaciones de su pensamiento, el principio de causalidad, según el cual, todo efecto ha de tener una causa proporcionada a la realidad del efecto, puede y debe aplicarse a las ideas. Así, a la realidad objetiva o representada de las ideas debe corresponder, como causa, una realidad efectiva; adecuada a la perfección que representan. Quede claro: aplicar el principio de causalidad a las ideas, significa considerarlas como efectos que exigen una causa en consonancia con la realidad objetiva que encierran. De esta forma, el problema se concreta: se trata, ahora, de encontrar en el sujeto una idea tal que, por vía causal, le lleve a alguna realidad efectiva exterior a él. Para poder resolver el problema mencionado hay que dar un pequeño rodeo que se concreta en una táctica o estrategia de eliminación de todas aquellas ideas cuya causa pueda ser el sujeto pensante. Enumera, Descartes, seis especies de ideas: la idea del yo, la idea de Dios, ideas que representan cosas corporales o inanimadas, ideas de ángeles, ideas de animales e ideas de hombres. Acerca de las ideas de animales, hombre y ángeles, Descartes muestra, sin dificultad que puede tener sus causa en los contenidos del propio cogito, es decir, éstas no me obligan a extrapolar fuera del yo una causa explicativa de las mismas. Estas ideas se formarían por la mezcla y composición de ideas previas. Estas ideas quedan excluidas porque, al explicarse por mí, no pueden servir, obviamente, para salir del cogito, es decir, para demostrar que existe algo más que el yo. En cuanto a las ideas de las cosas corporales, elaboradas a partir de los sentidos, mal pueden llevar al sujeto a una cosa exterior, porque son ideas oscuras y confusas y porque perfectamente pueden haber sido elaboradas por el yo a partir del conocimiento que tiene de ser él mismo una sustancia. Solo queda por exclusión la idea de Dios. Entonces se impone reconocer que la idea de Dios en mí (la idea de un ser infinito, perfecto), tomada como efecto que exige una causa adecuada a la realidad objetiva que representa, no puede proceder de mí, dada mi infinitud y mi imperfección (sería una absurda desproporción) y tiene que provenir de Dios mismo: con lo cual queda probada la existencia de Dios. He aquí, pues, los tres pasos de la demostración: -primera premisa: tengo en mí la idea de un ser infinito. -segunda premisa: yo soy finito. -conclusión: existe Dios como ser verdaderamente infinito, que ha puesto esa idea en mí, como su sello o huella. Hasta donde llega el texto a comentar, Descartes reconoce posibles objeciones a su demostración: la idea de infinito sería una idea negativa, compuesta y derivada, que resultaría de la mera negación lógica de lo finito. Lo infinito, pues, como in-finito. Según Descartes, la idea de infinito es positiva y simple, anterior a la de lo finito, pues es la segunda la que se forma a partir de lo primera. Es además clara y distinta, tiene más realidad objetiva que ninguna otra y, por tanto, es la más verdadera y la que menos se presta a la duda y a la falsedad. |
OBSERVACIONES | |
Dios: la garantía. EXPLICACIÓN
Ahora bien, después de que el conocimiento de Dios y del alma nos ha probado así la certeza de aquella regla, es muy fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando dormimos, no deben hacernos dudar de la verdad de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Pues, si ocurriera que, incluso mientras dormimos, tuviéramos alguna idea muy distinta como, por ejemplo, que un geómetra inventase alguna nueva demostración, su sueño no impediría que fuese verdadera. Y en cuanto al error más común de nuestros sueños, que consiste en representarnos diversos objetos del mismo modo que lo hacemos mediante los sentidos externos, importa poco que nos dé ocasión para desconfiar de la verdad de tales ideas, ya que éstas también pueden engañarnos con bastante frecuencia aunque no estemos dormidos: como cuando los que tienen la ictericia lo ven todo de color amarillo, o cuando los astros u otros cuerpos muy alejados nos parecen mucho más pequeños de los que son. Pues, en fin, ya estemos despiertos o ya estemos dormidos, no debemos dejarnos persuadir nunca si no es por la evidencia de nuestra razón. Y se ha de subrayar que digo por nuestra razón, y no por nuestra imaginación ni por nuestros sentidos (…) despiertos que en los que tenemos mientras soñamos. | Bondad y veracidad de Dios.- Una vez demostrada la existencia de Dios, Descartes razonará así: Dios existe, y Dios es bueno, por tanto, veraz. Por consiguiente, no puede engañarnos permitiendo que nosotros creamos, como creemos, que existe el mundo, los demás, nuestro propio cuerpo, y que dos más dos suman cuatro; luego, no hay razón alguna para considerar la posibilidad de un genio maligno empeñado en engañarnos, ya que Dios, en su bondad, no consentiría esto. Dios, garantía de certeza.- Imprimiendo este giro espectacular a su pensamiento, Descartes se instala en esta certeza desde la cual puede garantizar la realidad del mundo y la objetividad de las evidencias matemáticas. En este sentido, la existencia de Dios funciona, extrañamente, como una certeza de la certeza, o una garantía de la garantía; pero tiene que ser así, en la medida en que la verdad "yo existo" sólo se garantiza a sí misma. Error inevitable y error evitable.- Ahora bien, es un hecho que el hombre se equivoca. Entonces, ¿cómo conciliar tal hecho con la opinión de Descartes, según la cual Dios no puede permitir que nos engañemos?. Se impone una aclaración. El Dios de Descartes sólo garantiza que no podemos equivocarnos de derecho, es decir, de manera inevitable. Con Dios se disipan las dudas de aquellos que alguna vez se han preguntado, como Descartes, si su razón no estará hecha de tal modo que cuando piensan, siempre, sistemática y fatalmente se equivocan. Pues bien, Descartes nos dice que podemos estar tranquilos al respecto, que Dios jamás permitiría eso. Pero Dios, sí permite, naturalmente, que nos equivoquemos de hecho, es decir, de manera, evitable. Sin embargo, esas equivocaciones no son imputables a Dios, sino al hombre, cuando, llevado de su impaciencia o de sus prejuicios, se pone a juzgar las cosas partiendo de ideas oscuras y confusas. Dios, pues, no es responsable de nuestros errores. |
OBSERVACIONES | |
No hay comentarios:
Publicar un comentario