lunes, 23 de abril de 2018

¿Pueden pensar las máquinas?


¿Pueden pensar las máquinas?
por Manuel de León y Ágata Timón
El matemático británico Alan Turing, decisivo para derrotar a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, propuso un test para averiguar si una máquina determinada puede ser tan inteligente como un ser humano


Este texto es un capítulo del libro ‘Rompiendo Códigos. Vida y legado de Turing’, recién publicado por el CSIC y la editorial Los Libros de la Catarata. El matemático británico Alan Turing (1912-1954) fue uno de los científicos más brillantes del siglo XX y su obra sentó las bases de la informática actual. Su trabajo aceleró el final de la Segunda Guerra Mundial al vulnerar las comunicaciones alemanas rompiendo los códigos de las máquinas de cifrado nazis
Los debates que se generaron en aquella época en torno a las futuras relaciones (beneficiosas o peligrosas) entre las nuevas máquinas y los humanos influyeron seguramente en la siguiente etapa de la investigación de Turing: la in­teligencia artificial. En 1950 publicaba un artículo clave para el futuro desarrollo de esta disciplina: Máquinas de computación e inteligencia.
El artículo, publicado en Mind, una revista de corte fi­losófico, estaba basado en una conferencia que Turing ha­bía pronunciado tres años atrás; empezaba con el epígrafe El juego de la imitación, y decía:
Propongo que se considere la siguiente cuestión: “¿Las máquinas pueden pensar?”. Para ello, lo primero sería dar definiciones del significado de los términos “máquina” y “pensar”. Estas definiciones pueden plantearse de manera que queden lo más alejado posible del uso habitual, pero esta acti­tud es peligrosa. Si los significados de las palabras “máquina” y “pensar” se obtienen del uso común, es difícil escapar de la conclusión de que el signi­ficado y la respuesta a la pregunta “¿las máquinas pueden pensar?” tendrá que ser rastreada en una encuesta estadística del tipo “sondeo de Gallup”. Pero esto es absurdo. Entonces, en vez de intentar dar ninguna definición, deberíamos quizá cambiar la pregunta por otra, que esté muy relacionada y que esté expresada en palabras relativamente precisas.
Tras esta introducción propone el método alternativo a la pregunta, lo que él llama el Juego de la imitación y que hoy conocemos más familiarmente como test de Turing, que se usa para averiguar si una máquina determinada puede ser tan inteligente como un ser humano. Esa era la propuesta de Turing: puestos a debatir si las máquinas pueden pensar, dejemos de reflexionar de manera teórica, atrapados en definiciones imposibles, cambiemos de tercio y veamos, de manera práctica, si una máquina se puede comportar de manera indistinguible de un ser humano.
Turing creía que si una máquina se comporta en todos los aspectos como inteligente, entonces debe de ser inteligente
Turing propuso este tipo de pruebas para demostrar la existencia de inteligencia en una máquina, fundamen­tándose en la hipótesis positivista de que si una máquina se comporta en todos los aspectos como inteligente, entonces debe de ser inteligente.
En su desarrollo, se supone un juez situado en una ha­bitación, y una máquina y un ser humano en otras. El juez debe descubrir cuál es el ser humano y cuál es la máquina haciendo una serie de preguntas, a las que, tanto el humano como la máquina, pueden contestar con sinceridad o men­tir. La tesis de Turing es que si ambos jugadores fueran lo suficientemente hábiles, el juez no podría distinguir cuál es cuál. Es un test que se aplica actualmente para determinar la eficacia de máquinas que pretenden emular las funcio­nes conversacionales de los humanos, como los chatbots, o para garantizar que, en ciertos servicios on line, el usuario que hace la petición es efectivamente un humano y no una máquina. Sin embargo, todavía ningún programa ha podi­do engañar a ningún juez en una experiencia de este tipo con método científico.
En este sentido, en 1990 se inició el Premio Loebner, una competición de carácter anual entre programas de or­denador, que sigue el estándar establecido en la prueba de Turing. Un juez humano se enfrenta a dos pantallas de ordenador; una de ellas se encuentra bajo el control de un ordenador, y la otra, bajo el control de un humano.
 Los test CAPTCHA de internet son, básicamente, un test de Turing
El juez plantea preguntas a las dos pantallas y reci­be respuestas. El premio está dotado con 100.000 dólares estadounidenses para el programa que pase el test, y un premio de consolación para el mejor programa anual. El premio principal todavía no se ha otorgado.
Por otro lado, los llamados test CAPTCHA, que apa­recen continuamente al navegar por Internet (al darse de alta en algún servicio, participar en un foro, etc.) y que intentan distinguir si el usuario es una máquina o un hu­mano, son, básicamente, un test de Turing.
— Manuel de León y Ágata Timón, director y responsable de comunicación del Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT)

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