Tema: Demostración de la existencia de Dios
Descartes demuestra la existencia de Dios con el objetivo de resolver el problema del solipsismo, es decir, aquél que ponía en evidencia la existencia de una realidad extra-mental, y desmontar la hipótesis del genio maligno. El razonamiento de Descartes es el siguiente: Si Dios existe y es perfecto, entonces, debemos admitir que es veraz. Así, Dios no puede permitir que el sujeto se engañe cuando afirma la existencia de una realidad exterior. Por otra parte, el genio maligno condenaba al ser humano a engañarse siempre; con la existencia de Dios, este error inevitable se transforma en error evitable. El individuo no está condenado a errar siempre; se equivocará si no sigue el método adecuado, es decir, aquél que consiste en las cuatro reglas que conducen a la verdad: evidencia, análisis, síntesis y enumeración. Si el criterio de certeza garantizaba la verdad, Dios es la garantía de que el criterio de certeza funciona.
El primer argumento se fundamenta en la idea de un ser perfecto. Esta prueba, tal y como la presenta en la “Tercera Meditación”, es en cierto sentido una mezcla de la prueba tomista basada en la existencia de distintos grados de perfecciones y de la relativa a la causalidad. La principal diferencia respecto de las Cinco Vías es que éstas parten de la observación de perfecciones en la realidad (incluido el mundo físico) y de la observación de vínculos causales entre las cosas.
Descartes no puede utilizar estos recursos porque en el momento de la duda metódica en el que se incluye la prueba aún no sabe si existen cosas distintas a su propio pensamiento. Sólo le cabe mirar en su interior, ver si hay distintos niveles de perfección en sus ideas y reflexionar sobre la causa de la aparición en su mente de dichas ideas.
Descartes comienza distinguiendo dos aspectos en las ideas: las ideas en cuanto que son actos mentales y en cuanto poseen contenido objetivo: las ideas en cuanto actos mentales no presentan entre ellas diferencias o desigualdad alguna: todas son acontecimientos mentales, todas pertenecen al mismo tipo de realidad, la realidad psíquica; pero atendiendo a su contenido, a lo que representan, su realidad es diversa (Descartes llama “realidad objetiva”a esta peculiaridad de las ideas). Así, podemos hablar de unas ideas más perfectas que otras, perfección que les viene dada de la perfección que cabe atribuir a lo representado en ellas: así la idea de ángel es más perfecta que la idea de libro, porque los ángeles son más perfectos que los libros, y la idea de substancia es más perfecta que la idea de atributo, porque las substancias son más perfectas que los atributos.
Tras estas consideraciones, Descartes afirma que la idea de Dios es la que más realidad objetiva tiene, además de ser innata, clara y distinta. Entonces, introduce el principio metafísico de que la realidad que se encuentra en el efecto debe ser proporcional a la realidad de la causa. Armado con estas herramientas conceptuales, Descartes hace un catálogo de las ideas que encuentra en sí mismo: unas representan a hombres, otras a animales, otras a ángeles, unas representan substancias, otras atributos; y examina si él mismo podría considerarse el responsable, la causa de todas sus ideas; cree que en sí mismo puede encontrar el fundamento y la perfección adecuada para dar cuenta de casi todas las ideas; Sin embargo, la idea de perfección absoluta no se puede explicar a partir de las facultades del propio sujeto, ya que no habría proporcionalidad entre la causa (sujeto) y el efecto (Idea de Dios perfecto) ya que lo imperfecto no puede ser causa de lo perfecto. Si no es este el caso, la idea de Dios debe estar en nuestra mente porque un ser más perfecto que nosotros nos la ha puesto; debe ser innata. Conclusión: “aunque yo tenga la idea de substancia en virtud de ser yo una substancia, no podría tener la idea de una substancia infinita, siendo yo finito, si no la hubiera puesto en mí una substancia que verdaderamente fuese infinita”, luego Dios existe.
El segundo argumento está basado en la imperfección y la dependencia del sujeto. La demostración parte de la contingencia del individuo y llega a Dios, no como la causa de la idea de Dios, sino del individuo mismo. Soy consciente de mi imperfección, me doy cuenta de mi limitación precisamente por mi ignorancia, por el hecho de que dudo: si fuese absolutamente perfecto y la causa de mi propio ser, me habría creado como sabio, no como ignorante. La contingencia de mi serno se refiere sólo al hecho de que haya necesitado de otro ser para existir o empezar a ser, sino también a mi incapacidad para mantenerme en el ser, a mi incapacidad para continuar viviendo sólo a partir de mí mismo. La fragilidad de mi existencia es tal que en cualquier momento podría no existir. Si ello es así debo suponer que existe un ser distinto a mí mismo que sea la causa de que yo perdure, de mi vida como una totalidad que se da en el tiempo, de mi existencia. En conclusión, Descartes llegará a Dios, no como consecuencia de que Él sea necesario para explicar nuestra creación, sino que es necesario para explicar la conservación de nuestro ser.
Por último, el argumento ontológico, el cual parte de la idea de Dios como un ser absolutamente perfecto: Todo lo que conozco clara y distintamente como perteneciente a ese objeto, le pertenece realmente; sé, por ejemplo, que todas las propiedades que percibo clara y distintamente que pertenecen a un triángulo, le pertenecen realmente; en la idea de Dios está comprendido el ser absolutamente perfecto; si revisamos la idea o noción que tenemos del Creador encontramos que lo concebimos como un ser omnisciente, omnipotente y extremadamente perfecto. Descartes considera la existencia como una propiedad, así el existir realmente hace de algo que sea más perfectoque el existir meramente en el pensamiento o que la mera posibilidad de existir; por tanto, si la existencia necesaria y eterna está comprendida en la idea de un ser absolutamente perfecto, entonces Dios existe.
Una vez demostrada la existencia de Dios, Descartes razonará así: Dios existe, y Dios es bueno, por tanto, veraz. Por consiguiente, no puede engañarnos permitiendo que nosotros creamos, como creemos, que existe el mundo, los demás, nuestro propio cuerpo, y que dos más dos suman cuatro; luego, no hay razón alguna para considerar la posibilidad de un genio maligno empeñado en engañarnos, ya que Dios, en su bondad, no consentiría esto. Imprimiendo este giro espectacular a su pensamiento, Descartes se instala en esta certeza desde la cual puede garantizar la realidad del mundo y la objetividad de las evidencias matemáticas. En este sentido, la existencia de Dios funciona, extrañamente, como una certeza de la certeza, o una garantía de la garantía; pero tiene que ser así, en la medida en que la verdad "yo existo" sólo se garantiza a sí misma. Ahora bien, es un hecho que el hombre se equivoca. Entonces, ¿cómo conciliar tal hecho con la opinión de Descartes, según la cual Dios no puede permitir que nos engañemos? Se impone una aclaración. El Dios de Descartes sólo garantiza que no podemos equivocarnos de derecho, es decir, de manera inevitable. Con Dios se disipan las dudas de aquellos que alguna vez se han preguntado, como Descartes, si su razón no estará hecha de tal modo que, cuando piensan, siempre, sistemática y fatalmente se equivocan. Pues bien, Descartes nos dice que podemos estar tranquilos al respecto, que Dios jamás permitiría eso. Pero Dios, sí permite, naturalmente, que nos equivoquemos de hecho, es decir, de manera, evitable. Sin embargo, esas equivocaciones no son imputables a Dios, sino al hombre, cuando, llevado de su impaciencia o de sus prejuicios, se pone a juzgar las cosas partiendo de ideas oscuras y confusas. Dios, pues, no es responsable de nuestros errores.