Temas: La crítica de Nietzsche a los filósofos.
a. La crítica a la forma expositiva de la filosofía. El discurso nietzscheano: metáforas y aforismos.
Los textos de Nietzsche constituyen una forma bastante representativa del modo de escribir de Nietzsche. Se trata de pequeños apartados, dotados de relativa autonomía, y ordenados numéricamente. En otros lugares de su obra, Nietzsche lleva al extremo esta forma de exposición, que se hace claramente discontinua; allí se expresa mediante aforismos, es decir, sentencias breves cargadas de sentido y sin ninguna conexión lógica entre sí. Y es que Nietzsche tiene una concepción fragmentaria del mundo, no lo entiende como una unidad, sino como una multiplicidad de formas y figuras que le lleva a desconfiar de todos los tratados tradicionales de filosofía-dominados por la forma de exposición continua y sistemática en los que ve un empobrecimiento y una falsificación tanto de la realidad como de la escritura, por obediencia al sistema y a sus rígidos esquemas. Con todo, los libros de Nietzsche, aunque no sean sistemáticos, siempre resultan coherentes, y, en ellos, los distintos aforismos se integran de tal manera que terminan realizando una peculiar armonía: el orden propio de las obras de arte.
Su lenguaje es vivo y expresivo, con frecuentes imágenes, parábolas y metáforas, pues Nietzsche no sólo es un pensador, sino un escritor, uno de los grandes escritores en lengua alemana, cuyo estilo alcanza a menudo cimas de deslumbrante belleza. Sin embargo, y acaso sea esto lo más importante, las metáforas literarias, en Nietzsche, obedecen más a la filosofía que a la literatura. Es decir, las imágenes no representan, a veces, un lujo que Nietzsche se permite como escritor, sino una auténtica necesidad que experimenta como pensador: ese lenguaje, en efecto, es la única forma de expresar unas intuiciones y unos pensamientos que, formulados de otra manera, es decir, formulados conceptualmente, resultarían incomprensibles.
El texto está escrito en un tono personal y subjetivo, que combina el ingenio y el desenfado con la ironía y el sarcasmo. En este sentido, convendrá distinguir entre crítica y polémica. En la crítica se busca la verdad objetiva y se procura refutar una idea aduciendo razones en contra; en la polémica, en cambio, las ideas pierden su valor de posible verdad y se transforman en manifestaciones vitales de los que discuten, que se descalifican entre sí apelando a cualquier cosa. Así, Nietzsche, con una frase ingeniosa, con una burla, e, incluso, con un insulto, despacha aquellas doctrinas que no comparte, sin perder el tiempo en refutarlas mediante argumentos. Esto, que divierte a unos lectores, irrita a otros, y cabe entenderlo como la máscara de una seriedad más profunda, de un convencimiento tan serio que rechaza entrar en el juego de las distintas razones.
b. La crítica a la metafísica tradicional: ontología y epistemología. Parágrafo 1. Primera idiosincrasia de los filósofos.
Nietzsche se enfrenta a la tradición filosófica occidental y la acusa -adviértase la gravedad de esta acusación- de haber falsificado la realidad, de haber mentido acerca del ser de las cosas. Lo que caracteriza a los filósofos es: su falta de sentido histórico, su odio a la noción de devenir. La premisa fundamental de la filosofía ha sido la siguiente: lo que es no deviene; lo que deviene no es. De ahí que en el plano epistemológico hayan privilegiado a la razón frente a los sentidos, estos últimos nos engañan con respecto al mundo verdadero.
Nietzsche por el contrario afirma que la realidad, el ser es, dicho metafóricamente, "vida", esto es "multiplicidad y cambio, diversidad y movimiento". Con esto se sitúa frente a la tradición filosófica que ha defendido la siguiente contraposición: el mundo real o verdadero, el mundo del ser, de la unidad y permanencia de las cosas / el mundo aparente, falso, ilusorio o engañoso, del devenir y de la multiplicidad.
Nietzsche aborda la cuestión epistemológica como consecuencia de su tesis anterior: "la razón es la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos, Mostrando el devenir, el perecer, el cambio, los sentido no mienten...el mundo verdadero no es más que un añadido mentiroso..."
Para reivindicar el valor de la sensibilidad Nietzsche se apoya en el hecho de la ciencia se ha constituido como tal gracias a "que nos hemos decidido a aceptar el testimonio de los sentidos", aunque arguye otra razón: que la realidad aparezca como problema a tratar. Con el primer criterio despacha como no ciencias a la metafísica, teología, etc.; con el segundo, a la lógica.
c. Segunda idiosincrasia de los filósofos. En el Parágrafo 4, Nietzsche enuncia la segunda idiosincrasia de los filósofos: "consiste en confundir lo último y lo primero". (Desarrollada en las nociones).
d. Tercera idiosincrasia de los filósofos. El fetichismo del lenguaje.
Según nuestro autor, hay que presentar de otro modo el problema del error y de la apariencia: el hombre tiene que caer en el error necesariamente, ya que es su razón, el lenguaje, quien falsifica la realidad. En efecto, la metafísica es víctima del fetichismo del lenguaje. Esto significa la creencia, ingenua pero que afecta al pensamiento filosófico, de que algo ya existe por el mero hecho de que hay una palabra que lo nombra; como si las palabras, por tener sentido, tuviesen también referencia. Y es que el lenguaje posee un poder de sugestión, el mágico poder de otorgar aparente realidad a las significaciones de sus signos. Las palabras, de este modo, son como fetiches: irradian una fuerza que parece trascender o rebasar lo lingüístico, una fuerza orientada a persuadirnos de que ellas siempre hacen referencia a cosas efectivamente existentes. Sin embargo, ninguna palabra puede garantizar la existencia de aquello que nombra.
Pero el lenguaje, no sólo transforma simples palabras en aparentes entidades, sino que, además, dota a las cosas de una falsa unidad y permanencia. El lenguaje con su capacidad de generalización parece confirmar el carácter supuestamente unitario de las cosas; y toda cosa, aunque cambie realmente, como no cambia su nombre, parece quieta, por obra del lenguaje y su capacidad de fijación.
Según Nietzsche, a partir de la palabra "yo" se crea el concepto de sustancia, de la sustancia yo, del sujeto, y, a partir de éste, por un mecanismo de proyección, se crea el resto de las cosas u objetos. Las categorías con que la metafísica intenta comprender la realidad, como sustancia y accidente, son, pues, una proyección de simples distinciones gramaticales, como sustantivo y adjetivo.
Por eso dice Nietzsche que el error acerca del ser, tal como fue formulado por Parménides de Elea, tiene a favor suyo el lenguaje, es decir, cada palabra, cada frase que se pronuncia. Y por eso concluye Nietzsche que no podremos deshacernos de Dios mientras sigamos creyendo en la gramática, mientras seamos víctimas del fetichismo del lenguaje.
e. ¿Qué motivos han tenido los filósofos para proceder a semejante inversión de las cosas, a semejante falsificación de la realidad?
En opinión de Nietzsche, el miedo y el odio. En efecto: el ser, en su multiplicidad y movimiento, aparece ciertamente como rico y atrayente, sin variedad y sin cambio caeríamos en un tedio total. Pero, por otro lado, esa misma multiplicidad y movimiento, tomados en serio, pensados a fondo, muestran el ser como problemático y terrible. Así la idea de multiplicidad es muy dolorosa porque relativiza el carácter pretendidamente absoluto de nuestras cosas -valores, creencias, elecciones, estilo de vida-; es más: a la luz de esta idea, se desintegra la dimensión supuestamente unitaria de cada cosa, cuya unidad aparece ahora como resultado de una burda generalización, de una simplificación operada a partir de la infinita complejidad de lo real. Por su parte, el cambio, el movimiento nos hablan de la inestabilidad y caducidad de todas las cosas , tanto naturales como culturales, cuyo triste destino es dejar de ser. Además, si lo superior es, efectivamente, un producto de lo inferior, caen por tierra todos los intentos de fundamentar lo menos valioso en lo más valioso, y, en particular, las ilusiones que el hombre se hace respecto de su propio origen.
El mundo, pues, infinitamente múltiple, sometido a un constante cambio, constituye una especie de abismo o caos, que produce vértigo y angustia al ser humano, y ante el cual retrocede el filósofo lleno de cobardía, pretendiendo refugiarse en la ficción consoladora de un mundo dotado de unidad y permanencia, de un mundo donde lo superior tenga más fuerza y poder que lo inferior.
Sin embargo, a juicio de Nietzsche, el filósofo no se limita a huir de la realidad, sino que, mediante un mecanismo de defensa, transforma su miedo en odio, en odio dirigido contra la vida. Entonces da rienda suelta a su resentimiento, a su deseo de venganza, proclamando como verdades las clásicas fórmulas mentirosas de la filosofía, a saber, las dos idiosincrasias mencionadas anteriormente.
Por el uso que hace de estas mentiras, la tradición filosófica es decadente, pesimista e, incluso, nihilista. En efecto, según Nietzsche, resulta decadente todo aquel que es incapaz de soportar la experiencia del ser, entendido como vida, es decir, como multiplicidad y movimiento; el decadente no tiene, por tanto, el valor de asumir la condición problemática y terrible de la realidad. La decadencia que es siempre un postura negativa aparece, primero, como pesimismo, una actitud propia de espíritus débiles, que se quejan de la vida, por injusta y cruel, que lamentan la fragmentación caótica y el cambio incesante de las cosas. Pero, la decadencia, culmina con el nihilismo cuando los filósofos pasan a negar, como propiedades reales, la multiplicidad y el cambio, atribuyendo al ser caracteres que no tiene, caracteres que le son contrarios, como la unidad y la permanencia. Naturalmente, se trata aquí de un nihilismo inconsciente y oculto, porque el filósofo habla en todo momento del ser, pero, en verdad, lo piensa en unos términos que tienen más que ver con la nada.
De forma original y profunda, Nietzsche considera el arte trágico como antítesis de la actitud decadente. Porque mantiene, contra la opinión corriente, que la concepción trágica del mito no es pesimista. De la tragedia se desprende, por el contrario, una vigorosa afirmación de la vida, pues enseña que siempre hay que decir sí, incluso a lo más doloroso. A pesar del sufrimiento y del patetismo que presenta la tragedia, ofrece un mensaje positivo de plena confianza en la vida.